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ocio

John Hinde Co. Postcards, ca. 1960.

Todos somos turistas. Ese hecho innegable debería servir para avergonzarnos. Debería servir también para repensar nuestra relación con el mundo físico, con la organización de nuestro tiempo libre y con la idea de ocio y descanso. Está claro que descanso y vacaciones no son dos términos directamente relacionados, las vacaciones suelen ser más cansadas que cualquier tiempo de trabajo. Cuando más andamos, cuando peor comemos, cuando menos dormimos… todo eso sucede en el periodo de vacaciones, y si viajamos con niños, con la familia, si tenemos que encargarnos de cocinar y organizar el tiempo de todos a nuestro alrededor, las vacaciones son como una pesadilla difícil de colocar entre nuestros deseos más anhelados. No, claramente las vacaciones pueden ser un mal trago. Vacación sí está ligado a viaje, y eso es aún más terrorífico. Viajar cargado de bultos hacia un destino inseguro, sabiendo que aunque nos llevemos casi toda la casa con nosotros se nos olvidará algo esencial, algo que con toda probabilidad no encontraremos en el lugar de destino… pero si se trata de un viaje de varias etapas (esos viajes organizados que en una semana te llevan desde Barcelona a Berlín, parando en Paris, La Haya, Roma y Copenhague) entonces ya nos empezamos a adentrar en el tercer nivel del Inferno de Dante.

Realmente este texto debería titularse “Alegato contra el viaje”, pero no exageremos, viajar puede ser maravilloso… siempre que viajemos solos, con el dinero y el tiempo sobrado, ligeros de equipaje y hacia destinos claramente pensados. Por lo demás términos como ocio, turismo, tiempo libre, parque temático, representan ideas que solo aceptamos en los otros, sin darnos cuenta de que ese “otro” es la peor representación de nosotros mismos. Nosotros no nos ponemos como cangrejos bajo el sol playero, solo nos quemamos un poquito (somos delicados), no vamos ridículos con las sandalias y los pantalones cortos, solo estamos cómodos… Esa negación de una realidad tan poco subjetiva demuestra nuestra falta de coherencia y la enajenación mental transitoria que conlleva la vida en las sociedades contemporáneas. Quisiéramos vernos como los viajeros ingleses del XIX, elegantes exploradores de nuevos y exóticos mundos, alejarnos de esa imagen ridícula del turista con chanclas, moviéndose en riadas masivas por los monumentos del mundo, hitos tópicos del viajero que no recorre el mundo ni descubre nada, sino que va completando una simbólica colección de estampas, postales típicas tópicas: lo que todos ven, lo que todos han visto, lo que todos conocemos aunque no hayamos estado nunca allí. El objetivo del turista es estar allí, y poder demostrarlo con un souvenir, con una foto, con un selfie.

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Romain Mader. De nouveaux amis, 2011. Courtesy the artist.

Turismo, ocio, viaje, se vinculan con la fotografía a través de la idea de memoria, de superar el paso del tiempo con una prueba irrebatible. La fotografía de vacaciones es un subgénero de la fotografía documental como la fotografía de guerra: documenta nuestro paso por la vida verano tras verano, vacaciones tras vacaciones, viaje tras viaje. De tal forma que pudiera parecer que el único objetivo del viaje, la única meta de las vacaciones, es volver con el trofeo: la fotografía del lugar en el que hemos estado, ese nuevo cromo para una colección imposible. Como el coleccionista de autógrafos, el turista fotógrafo puede ser incluso más atrevido que el corresponsal de guerra, atreverse a lo que haga falta para conseguir esa prueba de que “estuvo allí”. El tiempo de ocio, las vacaciones por excelencia, nos convierte a casi todos en fotógrafos, especialmente hoy con las posibilidades inmediatas de los teléfonos móviles. Nunca fue tan fácil guardar ese momento, ese lugar, nuestro paso por el mundo, por una vida que vista en imágenes nos parece tan ajena. Es cierto que la misma inmediatez de los teléfonos implica la falta de perdurabilidad: esas imágenes que se consiguen tan rápido se perderán para siempre, pues jamás las pasaremos a papel, irán de archivo en archivo hasta llegar al limbo de la incompatibilidad donde desaparecerán en el olvido informático. Algo que al papel no le sucede, pues envejece como nosotros, con mayor o menor dignidad pero resistiendo el paso del tiempo sin prepotencia alguna.

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John Hinde Co. Postcards, ca. 1960.
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El ocio, la diversión en nuestro tiempo libre, las vacaciones, y por extensión el turismo, ocupa un lugar tan importante, y cada vez mayor, en la vida del ciudadano de la sociedad desarrollada de hoy en día que ha llamado la atención de los fotógrafos. La fotografía es, hoy en día, la expresión artística que comenta, analiza, cuestiona y nos muestra los hábitos, los tics, de la vida cotidiana a todos los niveles: a pie de calle, en la intimidad, en la esfera pública, en los grandes salones. Juez y parte de la moda y del arte, del ocio y de las costumbres de estos dos siglos que se encabalgan como dos jinetes del Apocalipsis: el XX y el XXI. Son muchos los artistas que través de la fotografía se han centrado en el turismo, en el ocio, pero saltan enseguida los nombres de Martin Parr, Massimo Vitali o Pérez Siquier como los que han sabido reflejar la normalidad del hecho, los cronistas más agudos de un fenómeno que tiene mil caras. Con brutalidad a veces, sin ocultar la dureza social del fenómeno, con ironía, y a veces con una inusual elegancia, con humor, con candidez, fotógrafos de todo el mundo abordan un tema universal. Ya no existen mundos por descubrir, ni lugares exóticos, pues lo exótico se ha diseminado por todos los territorios, hoy lo exótico es lo que nunca hubiera llamado la atención, hoy la diferencia se mezcla con la indiferencia, y el único mundo que podemos descubrir es el nuestro propio. Así el tema de todos estos fotógrafos es casi siempre el individuo, nosotros mismos, o si nos parece mejor: los otros que tanto se nos parecen. El individuo y la masa, el fenómeno de la masificación turística, del mal gusto masivo, de la locura de la necesidad de divertirse en un tiempo y en un lugar concreto, rápidamente como todo lo que hacemos hoy en día, apresuradamente.

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John Hinde Co. Postcards, ca. 1960.
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El protagonista es el hombre, el turista. Y el paisaje es el lugar donde esa acción se desarrolla, pero el lugar es un escenario a veces tan irreal que nos resulta incuestionable. Ambientes que se esencializan a partir de lo que se busca, hechos a veces a la medida, como una receta de cocina: una taza de calor, dos de mar, una pizca de exotismo y unas gotas de historia. El resultado es tan perfecto que no puede existir en la realidad. Pero el turista ya no busca la verdad sino el estereotipo, lo artificial, lo construido como él mismo: una revisión del viajero, una reinterpretación del explorador, una adaptación del vividor. El turismo es una construcción virtual en la que todo ha perdido el sentido que algún día tuvo. En una sociedad que se aburre, que ha perdido las nociones originales de lo que significa el placer, el turismo es un sustitutivo de muchas cosas, algunas antagónicas entre sí. De igual modo el ocio, la diversión en horario determinado, en un lugar concreto creado para ello, en grupos de gente anónima, sin relación entre ellos, es el preámbulo de una diversión de un viaje virtual, inexistente más allá de nuestra imaginación.