Una taza más antes de volver al autobús. Antes de seguir en la carretera toda la noche. No vamos a ningún sitio realmente, solo es la carretera la que nos lleva no importa a dónde realmente. Incluso si vas conduciendo, por la noche, y no ves nada, solo sigue las luces, la línea blanca que marca los límites que se te permiten ocupar, sin ver nada más que la oscuridad por delante, por los lados, detrás de ti. No hay más mundo que ese pedazo de carretera que estás ocupando en ese momento. Todos tus pensamientos, toda tu vida, hasta los deseos y los sueños, son como fantasmas imaginados, borrosos. Solo existe esta lengua de grava y alquitrán que te absorbe y te lleva, te arrastra a donde crees que quieres llegar. Es la carretera.
El camino tiene algo de religioso, de obligación moral; la carretera es la perdición, la huida, no mirar atrás, no saber a ciencia cierta nada sobre lo que te espera
La carretera es un lugar real, pero sobre todo es un símbolo, una acotación literaria, una sensación. Como cuando nos entra el aire del viaje por la ventanilla del coche. La carretera no es exactamente el camino, no es lo mismo; por la carretera se va en coche, o en autobús, algunos en autostop, como decía Joni Mitchell: “fantasmas atrapados en las líneas blancas de la autopista”. El camino lleva a algún lugar concreto, la carretera no se acaba nunca. El camino tiene algo de religioso, de obligación moral; la carretera es la perdición, la huida, no mirar atrás, no saber a ciencia cierta nada sobre lo que te espera. La religión de la carretera es mucho más cercana a la meditación, a la introspección, es un viaje que realmente solo nos lleva hacia nosotros mismos, somos nosotros el punto de partida y el de llegada.
Nace la carretera con toda la cultura del automóvil, su mundo es el mundo del cine, la huida de la realidad y de las guerras, bien con las drogas, bien con la velocidad, caminos todos hacia ningún lugar, siempre cercano a la muerte. Decir “carretera” es decir “road”, road movie, es decir Jack Kerouac, Allen Gingsberg, o Bob Dylan, es pensar en los músicos de rock and roll y sus giras, de esa vida de motel de carretera, de groupies. Todo un mundo en sí mismo. Toda una cultura del coche, del viaje, del movimiento. Keep on moving. No se puede parar cuando se empieza. El coche o el autobús o la propia cuneta como lugar de vida, esa es tu casa. En la carretera no se está, se vive. Las gasolineras, los moteles, la comida rápida, la comida basura. Es la velocidad en el coche y en la vida. Morir joven no parece importar si se deja un bello cadáver detrás.
Se viaja en avión, en tren, el moverse en coche por la autopista es otra cosa diferente
Aquí no importa el paisaje, nadie mira y nadie ve nada afuera, es la experiencia lo que cuenta, no el llegar, porque realmente cualquier llegada es solo una parada temporal. La carretera está estrechamente ligada a las películas de misterio y de aventuras, y por supuesto al crimen, a los criminales en serie. Lo hemos visto tantas veces, lo sabemos de sobra: no te pares, muévete y así nadie te atrapará. Apenas un sándwich y otra taza de café para poder continuar la huida. Porque conducir es beber café negro y fumar con desgana.
Se viaja en avión, en tren, el moverse en coche por la autopista es otra cosa diferente. Todos los que lo hemos hecho sabemos la diferencia. Todos los fotógrafos que ocupan las siguientes páginas lo saben. La ruta, la carretera, el coche, el viaje infinito, una búsqueda que se llena poco a poco de lo más insospechado, una experiencia abierta e irrepetible. Diferente para cada uno. Tal vez verán imágenes aparentemente repetitivas, pero cada una nos habla de una experiencia singular.
Cuando miramos un mapa vemos una serie de líneas azules que cruzan el territorio, que se desvían en confluencias con otras líneas azules, más o menos gruesas, líneas sinuosas
Pero lejos de todo romanticismo las carreteras son también un gran negocio, no solo por los peajes, sino por todo el mundo que alimentan, por todo el comercio que crece en sus aledaños, por todo lo que facilitan al viajero. Son también los ríos de la vida, del comercio, del transporte, de la comunicación.
Cuando miramos un mapa vemos una serie de líneas azules que cruzan el territorio, que se desvían en confluencias con otras líneas azules, más o menos gruesas, líneas sinuosas. Curvadas, que rodean montes y zonas boscosas, que se adentran en valles y cañones rocosos. Antes, esas líneas azules eran los ríos que llevaban el agua desde los manantiales donde nacían hasta el mar después de discurrir por terrenos y ciudades, observados por una población acostumbrados a su contemplación amistosa. Los ríos eran la vida; el agua, la sangre de la tierra. Si hoy miramos un mapa y vemos esas líneas azules, que a veces se cruzan con otras líneas rojas más finas o amarillas más anchas, lo que vemos son el trazado de las carreteras. Las autopistas, las nacionales y las carreteras rurales. Hoy esas líneas son las venas del cuerpo de la tierra. Carreteras que suben y rodean las montañas, que cruzan los desiertos, que rodean la tierra frente al mar. Son los nuevos ríos de la vida, por donde no solo se viaja y se comunican las ciudades y las personas, son las vías de comercio y de comunicación, de riqueza y de éxodo. Pero más allá de esa realidad cotidiana son también un símbolo de aventura, de viaje de iniciación, de huida. Son un peligro y una oportunidad y sobre todo son el símbolo de un sueño irrealizable. Irse, huir. Porque al final la tierra es una gran isla, una bola de la que, por el momento, no podemos salir por más que corramos.
EXIT recuerda en esta temporada de viajes, de turismo, de giras de músicos y ferias de verano, la importancia de la carretera en la vida del hombre moderno. Ese individuo que ha cambiado el caballo por el coche y que ya solo discurre por senderos asfaltados, carreteras y autopistas; que dejó la libertad absoluta de la naturaleza, por la mecánica y la velocidad. Todos o casi todos nosotros. Perdimos algo entrañable y ganamos algo misterioso que todavía no hemos acabado de domar. Pero seguimos en ello, intentándolo una y otra vez. La música nos ayuda, como en cualquier viaje. Aquellos que cuando entran en su coche se suben al asiento del conductor, no sienten ese algo extraño, tal vez no entiendan exactamente lo que les estoy intentando decir. Esa sensación de que tú controlas (manejas dicen en Latinoamérica) a la máquina y con ella tu destino, esa idea antigua de llevar las riendas, estar al volante, con la velocidad a tus pies, con la libertad en la memoria, es difícil de explicar. Es como ese olor que te recuerda al primer amante pero que solo hueles tú. Cuando sientes algo parecido…, eso es la llamada de la carretera, las ganas de salir de la ciudad por cualquiera de sus salidas y hacerte unos cientos de kilómetros no importa a dónde… para regresar vencido una vez más, sabiendo que es difícil escapar.
Salgamos a la carretera a través de estas imágenes, de estos fragmentos de aventura y ensoñación, de recuerdos compartidos y diversos
Sinceramente creo que la gran mayoría de los artistas que llenan estas páginas, que a continuación se abren para ustedes, han sentido alguna vez algo parecido. Y que eso es lo que nos cuentan, cada uno a su manera. Producto de su observación y de sus experiencias, entre todos nos aproximan a ese lugar incierto, fuera de cualquier limite, con sus imágenes. Hoy ya la carretera ha perdido parte de su gloria, ya no masticamos su polvo, de hecho, ya viajamos con las ventanas cerradas. Tal vez solo la música siga siendo la compañía que nos recuerda un ayer también perdido, pero aún vivo en la memoria de todos.
Salgamos a la carretera a través de estas imágenes, de estos fragmentos de aventura y ensoñación, de recuerdos compartidos y diversos. Miremos con nostalgia lo perdido y sigamos añorando lo que tal vez nunca llegue. Buen viaje, nos vemos en la próxima gasolinera, o tal vez en el motel al caer la noche. Cuando nos crucemos, en la carretera, sabremos reconocernos.