Hubo un tiempo en el que la moneda más importante, lo que definía la riqueza de los pueblos y la avaricia de los humanos, fue la sal. Escasa y necesaria, la tenían los pueblos con mar, por lo general grandes comerciantes. Pero pronto hubo otras especias que, junto con el oro, el metal más preciado a lo largo de toda la historia del hombre, imponían con su escasez o la dificultad para generarlo y conservarlo los valores del mercado. El azafrán conserva su valor histórico, el mismo que el oro. Una onza de azafrán vale su peso en oro. Actualmente el litio parece que está a punto de desmarcar al petróleo, que desde el meridiano del siglo pasado se ha convertido en el marcador de nuestros vaivenes económicos y políticos. Pero cada día que pasa somos todos un poco más conscientes de que lo más importante que tenemos, el elemento esencial para sobrevivir, no es el petróleo, ni el litio, ni la sal ni el azafrán. Es algo mucho más sencillo y natural, al que todos tenemos acceso libremente, todavía, y que por lo general hasta el momento en que escribo estas líneas, es gratis. Como el sol. El agua. Tal vez mañana pueda pertenecer a una gran compañía que nos humille y controle, puede que algún gobierno pretenda dominar el mundo y a sus habitantes con su control. Pero hoy todavía llueve y aún podemos llegar al mar, desalinizarlo, podemos recoger el agua de la lluvia, de los deshielos, de la nieve, de los ríos, buscar yacimientos subterráneos haciendo un pozo con nuestras propias manos. Llueve para todos, si bien es cierto que en algunos lugares de la Tierra ya es muy evidente que el agua es un bien escaso.
La humanidad ha domado en gran medida el agua, igual que ha domado a los animales salvajes, igual que ha hecho crecer frutos y plantas en lugares lejanos a su hábitat
Desde la antigüedad, desde el origen del ser, el agua y el fuego fueron la base de la vida y de la muerte, del desarrollo humano. Y los dos, el agua y el fuego, eran muy difíciles de transportar. Cuando el humano consiguió hacer fuego empezó a dominarlo, y poco después entendió que no tenía sentido llevarlo con él, que solo debería llevar las herramientas que le permitían, cada vez que lo necesitaba, hacer fuego. Pero el agua… el agua era otra cosa, no siempre había un río, un lago, una fuente, un riachuelo, y no dependía de la habilidad del hombre sino de la generosidad de la naturaleza, algo que se veía que era caprichoso e impredecible. De la época de las invasiones romanas todavía hoy, tantos siglos después, podemos ver y admirar (muchos de ellos aún en uso) sus acueductos, los odres por los que el agua se “domesticaba” a través de sus canalizaciones y almacenamientos. Los pueblos árabes han sido siempre maestros en tratar y dominar el agua, tal vez por la escasez en sus tierras de este líquido elemento que es como la sangre para la vida. Sus fuentes, sus jardines, sus baños. Una cultura que inesperadamente tiene mucho más en común con la de los pueblos nórdicos en ese culto al agua y al cuerpo, en ese disfrute y valoración del agua.
La humanidad ha domado en gran medida el agua, igual que ha domado a los animales salvajes, igual que ha hecho crecer frutos y plantas en lugares lejanos a su hábitat. La palabra es domesticar, convertir al cachorro salvaje, hijo de fieras, capaz de matarnos con un solo zarpazo, con su boca y sus dientes, convertirlo en nuestro amigo fiel, en nuestro compañero y amigo. Así, hemos convertido las cascadas naturales, las grandes cataratas, en fuente de energía, y hemos recogido el agua de la lluvia en pantanos, para cuando no llueva lo suficiente. Toda esa ingeniería, toda esa arquitectura del agua está prácticamente oculta, pero podemos beber agua en un vaso de plástico o de cristal, con gas o sin gas. Podemos nadar en piscinas, poner unas rosas en un jarrón con agua. Ver en los acuarios a los hijos del mar en cautividad. Saltar sobre los charcos y cantar bajo la lluvia. Enfriar nuestras bebidas con unos cubitos de hielo fabricado en nuestras casas, en la cocina, por un simple frigorífico.
Este oro líquido es tal vez lo único de valor que todavía es gratis
Los fotógrafos fotografían lo que ven y en su afán dejan obras, imágenes que hemos podido reunir en las siguientes páginas. Hace un año mostrábamos las aguas salvajes, esas imposibles con las que no podemos llenar un vaso: mares bravos que se resisten a dejar que nos llevemos a sus hijos y que llenan sus fondos de cadáveres de marineros; aguas que arrasan a su paso, mareas que suben y ocultan las playas… esa agua que es el origen de la vida. Porque un ser humano puede estar sin comer durante un tiempo, y con unas raíces, con poco, sobrevivir, pero no puede vivir más de tres días sin beber agua. Llegará un día que nos convertiremos en vampiros en busca de agua, sabiendo que es más fácil alimentarse de sangre. Pero hasta entonces todavía llueve sobre todos, y el desarrollo significa que el fuego y el agua están con nosotros allá donde nosotros estemos. Este oro líquido es tal vez lo único de valor que todavía es gratis.