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La vida es un carnaval

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máscara

Gillian Wearing. Detalle de Self Portrait as My Mother Jean Gregory, 2003. Courtesy of Tanya Bonakdar Gallery and Maureen Paley.

Para olvidarse por unos días de la realidad, del papel que cada uno jugamos en esa realidad que se llama vida cotidiana, se inventaron los carnavales, los disfraces, las máscaras. Para poder ser otro, incluso otra, con todas las de la ley. Y por eso los muchachos barbudos y heteros se disfrazan de rubias sexis o de azafatas de líneas aéreas, por eso se tapan la cara con máscaras de otro sexo, de otras razas, de habitantes de otras galaxias, padres de familia y oficinistas que nunca llegan tarde a trabajar. Pero por unas horas, por unos días, todo está permitido y puedes ser algo diferente, otra persona con otros usos y abusos. Es carnaval, cuando acabe volveremos a ser nosotros mismos, los de siempre otra vez. Pero ¿es eso realmente cierto? Porque la máscara a veces se ha convertido en nuestra propia cara, es nuestra piel el disfraz que nos oculta. Dice Gillian Wearing que la máscara nos refleja, lo dice todo de nosotros. Tal vez estamos condenados a no poder escondernos.

Dice Gillian Wearing que la máscara nos refleja, lo dice todo de nosotros

Mascarada es una fiesta donde los participantes llevan máscaras y disfraces, eso dicen los diccionarios. Y después añaden que una mascarada es una trampa, un engaño. No se me ocurre una mejor definición para la vida. Una trampa, un engaño, un festín en el que todos vamos disfrazados de otros, en el que todos queremos parecer lo que no somos. Tal vez ni siquiera lo que quisiéramos ser, pero ciertamente otros que no somos totalmente nosotros. El origen de las mascaradas son las fiestas cortesanas italianas del siglo XV y que florecen en toda Europa desde el siglo XVI hasta principios del XVIII, y se llama así por el uso de máscaras muy elaboradas y que tapan los rostros de los participantes. Su deriva popular serán los carnavales y las cabalgatas, las paradas con carrozas y bailes. Música, baile, vestidos y disfraces muy elaborados y carrozas y entornos arquitectónicos, decorados construidos exprofeso para la ocasión, todo un ambiente teatral para construir un espectáculo en torno al disfraz, a la ocultación, a un engaño a plazo fijo.

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Gillian Wearing. Self Portrait as My Mother Jean Gregory, 2003. Courtesy of Tanya Bonakdar Gallery and Maureen Paley.
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Gillian Wearing. Self Portrait as My Father Brian Wearing, 2003. Courtesy of Tanya Bonakdar Gallery and Maureen Paley.

En las culturas primitivas la máscara y el disfraz pertenecían al ritual, estaban ligados a las creencias religiosas, un elemento de protección frente al mal, contra lo desconocido, pues la máscara transforma pero también protege. Pero para lo que a nosotros nos afecta todo empezó en los años 20. Es en ese período cuando la psicóloga británica Joan Riviere define por primera vez la feminidad como mascarada, denunciando y delimitando la actitud femenina (posteriormente la de los gays y transexuales por imitación) como un disfraz de autodefensa ajena a su verdadera condición social y biológica. Esta noción de feminidad como teatralización, mascarada o juego de roles removerá toda la psicología posterior. El juego había comenzado y ya no se pararía hasta nuestros días. Es en los años 20 también cuando la mujer se transforma en garçon (las garçonnes) con esa moda de pelo corto y ropas masculinas. Es también el momento en que Lucy Schwob se convertiría en Claude –nombre que ambiguamente no define el género de quien lo porta– Cahun, una mujer que se fotografiará disfrazada de hombre que se traviste en mujer. La ambigüedad, el disfraz, la máscara se enlazaría estrechamente con el discurso de género en las artes visuales, y muy especialmente en la fotografía. No olvidemos los autorretratos de Andy Warhol, los de Cindy Sherman, y los de tantos otros artistas que han usado la máscara, el disfraz, para mostrarse y ocultarse, para afrontar la diferencia, para plantear la duda y, por qué no, la burla a una sociedad arraigada en unos roles culturales que se resisten a cambiar.

Esta noción de feminidad como teatralización, mascarada o juego de roles removerá toda la psicología posterior

También seria en 1920 y aledaños cuando Marcel Duchamp, ayudado por Man Ray, se disfrazaría de Rrose Sélavy (si, con dos r), su alter ego femenino que fue mucho más allá de una broma, de una ocurrencia como algunos han pretendido decir, ya que con ese nombre firmaría varias de sus obras. A partir de aquí esta actitud performativa asociada inevitablemente a la fotografía daría la plataforma ideal para una reivindicación feminista y postfeminista, igual que el discurso de Riviere está en el sustento de las teorías de Judith Butler. Y Yasumasa Morimura, Cindy Sherman, Sarah Lucas y tantos otros artistas no habrían podido ser sin Claude Cahun. Es la historia, que más nos vale conocer y reconocer si queremos entender algo de lo que hoy sucede, una historia también a veces oculta en una mascarada social, en un carnaval que nos oculta más que lo que nos muestra.

Luego vendría el cine, la moda y la música, el punk, el glam, David Bowie y Ziggy Sartdust, el queer, del garçon al andrógino hasta llegar a las nuevas tecnologías, a convertir la máscara en todo un nuevo cuerpo. Y detrás de todo este juego del escondite, de lo que ocultamos y de lo que mostramos con todas estas máscaras, subyace el sexo, todos los sexos ocultos y reunidos, la búsqueda de quienes somos realmente, la sublimación y posterior idea de la diferencia de los géneros. Y la fotografía, una vez más, no solo documentándolo sino mostrándolo, catalogando, exponiéndolo y desarrollándolo. Desde las fotografías que encontramos en los museos hasta las portadas de los discos o las fotos de las sesiones de modelaje. La fotografía nuevamente como un espejo que nos devuelve nuestra propia imagen invertida, como ese cristal oscuro que atravesamos para pasar al otro lado, al lado oscuro, donde la mascarada es una fiesta interminable retratada por Erwin Olaf, por artistas gays, transexuales, de cualquier sexo y de todos los géneros.

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Gillian Wearing. Self Portrait as My Grandfather George Gregory, 2006. Courtesy of Tanya Bonakdar Gallery and Maureen Paley.
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Gillian Wearing. Self Portrait as My Grandmother Nancy Gregory, 2006. Courtesy of Tanya Bonakdar Gallery and Maureen Paley.

En las siguientes páginas de esta revista que ahora tiene en sus manos, encontrará el lector apasionado diferentes fórmulas, ejemplos de cómo se utiliza la máscara, del disfraz y de sus finalidades. Desde el ligado a la antropología, al ritual, desde su uso como uniforme, de su más ligero uso festivo, de su importancia en la presentación hegemónica del sexo dominante y de la burla sobre los usos y abusos del poder; destaca como no podría ser de otra manera el discurso crítico sobre la sexualidad y el género, sobre nuestra transformación en el otro, en lo otro. El desarrollo y pormenorización de aquello que ya se planteó en los años, 20, cuando la fotografía era una herramienta complementaria que luchaba por salirse de un lugar excesivamente estrecho para sus posibilidades, la necesidad de romper tabúes, y también, o tal vez sobre todo, hablamos, mostramos la necesidad primigenia del individuo por disfrazarse, por ser otro, por festejar la vida y la muerte, por esconderse de sí mismo y mostrarse a los otros de otra manera. De reivindicar la necesidad del disfraz, de la mascarada, de la fiesta –aunque sea terrible– la inevitable certeza de que la vida es un carnaval.