El poder tiene muchas caras y muchas formas. Por eso su representación no es tan simple como pudiera parecer. Naturalmente el poder se encarna en aquellos que lo ejercen: políticos, presidentes, reyes, líderes religiosos, generales… pero todos ellos pasan con el tiempo, cambian sus caras y sus uniformes, pero el poder sigue siendo el mismo. Inalterable en su esencia, mutable en su apariencia. También cambian los reinos y se transforman en republicas, las religiones se abren y se cierran ante los cambios y las mezclas, los países desaparecen y otros nuevos se crean, las fronteras son nada más que unas líneas en un papel llamado mapa, unas formas irregulares que se hinchan y se vacían según los tiempos y las alianzas… pero el poder se mantiene inalterable desde el origen de la humanidad. El poder de la fuerza, que ha evolucionado como las cabezas de una hidra, se ha desgajado de un cuerpo único en diferentes formas: el poder del más fuerte es ahora también el poder de la ley, el poder del dinero, de la religión, de la tecnología… Muchas veces, tal vez demasiadas, el poder se abastece del miedo, de la ignorancia, de la debilidad. Pero el poder es un ente inteligente y busca en sus formas y en sus lenguajes demostrar su fuerza, su invulnerabilidad. Viste a los soldados con uniformes impresionantes, sus políticos siempre nos hablan desde arriba, los jueces y los tribunales son fuerzas indiscutibles en cuyas manos está nuestra libertad, nuestra vida; los sacerdotes de todas las religiones nos amenazan desde los púlpitos con todo tipo de horrores y martirios si no cumplimos sus preceptos, y si los cumplimos llegaremos a algún paraíso, tal vez allí donde habitan más de 17.000 vírgenes.
Se habla mucho de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), y de la prensa como el cuarto poder, pero realmente hay más poderes, el poder moral, el poder de la fe, de las creencias
Banderas, himnos, botas altas, cascos, armas modernas y antiguas, torturas y dolor, salvación, justicia, derechos, seguridad, palabras, discursos, cánticos y rezos… todo ello forma parte de las expresiones del poder, de una formalización visual, sonora y conceptual. Pero el poder también está al otro lado, en la propia resistencia a un poder establecido. Hoy en día asociaciones pacifistas, feministas, agnósticas, en sus pequeñas y medianas escalas también sustentan cierto poder. Las mafias y los grupos de delincuencia organizada tienen sin duda un gran poder territorial, la prensa, los medios de comunicación y, por supuesto, las redes sociales, las nuevas tecnologías. Se habla mucho de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), y de la prensa como el cuarto poder, pero realmente hay más poderes, el poder moral, el poder de la fe, de las creencias, y, como no, el de la inteligencia. Todos los poderes tienen algo en común, todos se desarrollan en un espacio concreto, todos, además de todo tipo de símbolos característicos (la cruz, la balanza de la justicia, las banderas, la media luna roja…) viven en edificios, en despachos, en palacios, catedrales… El lugar es importante, y esos lugares los representan, son, de alguna manera, el propio cuerpo del poder.
Cárceles, búnkeres militares, silos nucleares, bibliotecas, catedrales, castillos, palacios, despachos… lugares donde nace y donde se ejerce el poder, no importa la ideología, la fe o el signo político. Todo poder es la fuerza que unos pocos ejercen sobre muchos, y todo poder se basa en la fuerza y en el miedo, se desarrolla entre el premio y el castigo, tiene mucho que ver con nuestra infancia. Recordemos esos lugares donde nos educamos, los colegios, los internados, las iglesias, universidades y bibliotecas que nos impactaron con su grandiosidad frente a nuestra pequeñez, con su impresionantes espacios que nos hacían sentir miedo, esperanzas, donde a veces nos sentimos protegidos y otras veces seriamente amenazados. Esa es la importancia de los lugares en los que habita el poder. Lugares que nos hacen sentir pequeños, insignificantes, vulnerables: ese es su objetivo.
En este caso, no se trata de una fotografía de arquitectura sino de lugares. Fotografían el alma de los lugares, la gran mayoría de ellos vacíos, en reposo, en una especie de entreacto
Las cosas sí tienen ideología, y la arquitectura es una herramienta ideológica nada inocente. Hace años, hablando con el gran arquitecto Aldo Rossi, comunista italiano cuyos edificios tenían un impecable estilo fascista, frenaba mi ímpetu izquierdista afirmando que “las columnas no tienen ideología”. Efectivamente las piedras, la arena, el cemento no tienen ideología, pero la diferencia entre el mármol y el granito entre la escalinata de un palacio presidencial y una entrada sencilla de una casa cualquiera, marca la diferencia entre quién y dónde se ejerce el poder y quién lo sufre. La fotografía, como testigo de la sociedad, se ha ocupado de los espacios, de los lugares y de los edificios. En este caso, no se trata de una fotografía de arquitectura sino de lugares. Fotografían el alma de los lugares, la gran mayoría de ellos vacíos, en reposo, en una especie de entreacto. Son lugares donde se dictan sentencias internacionales, donde la vida y la muerte se maneja como si no fueran más que papeles, donde nuestro futuro, el futuro del mundo, está en juego. Lo que encontraremos en estas imágenes, en estas fotografías, no son las cosas que vemos, sino todo lo que no vemos pero sentimos que está en el aire, todo lo que emana de esas sillas, de esas mesas, todo lo que esas paredes y esos cuadros, han visto y han oído. Porque la fotografía no siempre trata de lo que se ve ni de lo que sucede, sino de lo que se siente, de lo que se teme, de lo que no se puede nombrar ni mostrar. Sentimos el aliento del miedo y del poder, el paso frio del tiempo, el peso insoportable de la historia, y también la fragilidad de nuestras vidas, de nuestro destino. El futuro, lo que no sabemos que vendrá pero ya está llegando, también aparece en estas imágenes.
Pero en estas imágenes también podemos ver la evolución histórica de estos lugares donde habita el poder. Cómo la historia ha pasado por ellos, y como en algunos se ha quedado para siempre, pegada al terciopelo de sus sillones, en la mirada de esas figuras, sabios, abogados, teólogos, reyes que nos miran serios y fríos, lejanos en su inmediatez, desde los lienzos que cuelgan de las paredes, testigos del paso del tiempo. En otros de estos lugares la mano del tiempo ha sido cruel, y hoy los vemos desvencijados, vacíos, caducos, como el poder que albergan, basado en el miedo y en el dolor. En algunas de estas imágenes sentimos el vértigo del futuro: espacios llenos de cables, la tecnología es el poder creciente, mientras otros se nos presentan menguantes, caducos… esos despachos de la burocracia más rancia, esos despachos de los decanos de las universidades, donde debería vivir el conocimiento y la inteligencia, pero donde sin embargo no están porque siempre han estado, la inteligencia y el conocimiento, en esas bellas, impresionantes bibliotecas.
En estos espacios también podemos diferenciar claramente el poder ejercido desde la inteligencia y la elegancia, y ese otro ̀ poder burdo y cruel. La imagen nos lo dice todo, no cabe sitio para la duda, solo hay que saber mirar, analizarlas como quien analiza un texto escrito. Pues son eso, textos escritos, lienzos llenos de referencias de quienes hemos sido, de quienes somos y de quienes seremos. Desde los espacios barrocos apenas dibujados, hasta las salas acondicionadas para las máquinas que nos facilitan la comunicación y acogen a la tecnología que hoy lo controla todo.
La religión, la guerra, la política, el dinero, el conocimiento, la justicia, la banca, la sangre, el saber, la información, las relaciones… formas de un solo poder
Hoy, por el momento, el poder tiene forma de mesa. Es una sala de reuniones, donde se celebran los encuentros de las grandes empresas financieras, de las industrias automovilísticas, de los bancos, las salas de reuniones, siempre en torno a una mesa, de los políticos de todo el mundo. Esas mesas limpias, sin un solo papel, sin restos ni huellas de las batallas que sobre ellas se han luchado, esas sillas vacías nos lo dicen todo de un poder frío, lejano, ajeno a todos nosotros, cuyos destinos y cuyas vidas se juegan como fichas de una partida macabra de cartas.
La religión, la guerra, la política, el dinero, el conocimiento, la justicia, la banca, la sangre, el saber, la información, las relaciones… formas de un solo poder. En estas imágenes está todo, aquí podemos ver y comprender todo, su historia, sus razones, sus miedos y sus seguridades. Sólo hace falta mirar, y comprender porque nos parecen frías, duras, imágenes sin alma. Retratos de nuestros miedos y de nuestras sociedades.