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La capacidad ilimitada de las pequeñas cosas

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Darío Escobar. Silent drawing No. 17, 2010 (detalle). Foto: Felipe Censi. Cortesía del artista

Desde Magritte sabemos que las cosas no son solamente lo que parecen, ahora sabemos que son mucho más de lo que creemos que pueden ser. Una pipa no es una pipa, en primer lugar porque es una pintura de una pipa, porque es la reproducción de una pipa, y un dibujo nunca es la cosa que reproduce. Pero además, una pipa puede ser muchas más cosas, desde el recuerdo hasta su huella, su origen y su materia, y muy especialmente su propia definición y esencia se materializará a partir de nuestra relación con ella. Es en la relación entre nosotros y ellas en donde esas pequeñas cosas se vuelven grandes, gigantes, y recuperan un valor simbólico, un sentido que tal vez cotidianamente se nos escapa. Con Dadá, el surrealismo y el cubismo, y en especial con Picasso y Dalí, confirmamos que realmente las cosas se desarrollan más allá de cualquier límite físico, pues invaden el territorio de los símbolos y de los sueños. Marcel Duchamp (o tal vez Elsa Hildegard Baroness von Freytag-Loringhoven) haría del uso de los objetos un subgénero artístico, alterando su uso y su sentido a partir de sus nombres y de sus funciones. Si un urinario se denomina como una fuente, no solo deja de ser un urinario sino que se puede convertir en una obra de arte esencial para el desarrollo del arte actual.

Si el tiempo cambia el uso y el sentido de los objetos, la relación simbólica que tenemos con ellos también varía continuamente, convirtiendo en objetos sagrados algunas de nuestras herramientas cotidianas y banales

Las cosas y sus usos, diversos y asimiles. Después llegaría Warhol con sus botes de sopa Campbell y sus cajas de detergente Brillo para asumir los nuevos rituales de una sociedad cambiante en la que el capitalismo se hermanaba con un materialismo sucio, de usar y tirar, que acabarían por consagrar lo simplemente vulgar. Desde la arqueología y la recuperación de esos objetos a los que no podemos llamarles simplemente cosas por respeto a su antigüedad (tijeras y cuencos, adornos y restos de ropas, zapatos y vasijas), objetos que después de su vida y de su muerte vuelven a repetir un ciclo en el que ya no son ni un cuenco ni unas tijeras, ni un zapato, ni un vestido, sino restos arqueológicos, testigos que nos hablan de un tiempo, de una sociedad, de unas costumbres y de unas culturas ya desaparecidas. Documentos de nuestro pasado, pequeñas cosas que fueron desechadas por el tiempo. ¿Cómo se verán nuestros objetos cotidianos en el futuro? Porque en un remoto futuro ellos tendrán una existencia que seguramente nosotros no podremos tener.

La materia protagoniza unas páginas llenas de palabras, construyendo un diálogo entre la forma y el contenido

Si el tiempo cambia el uso y el sentido de los objetos, de la materia en fin, la relación simbólica que tenemos con ellos también varía continuamente, convirtiendo en objetos sagrados, protagonistas de rituales, algunas de nuestras herramientas cotidianas y banales. Así vemos, a través de la arqueología y el estudio de otras culturas como las cosas pueden ser iguales y distintas. El arte nos lo demuestra continuamente, tal vez de una forma más directa e inmediata que ningún otro lenguaje. En este número de UTOPÍA la obra de dos artistas, José Dávila y Darío Escobar, nos enfrentan a esta utilización de materia y objeto en sus obras a veces escultóricas, a veces instalacionistas, siempre objetuales. El juego y sus objetos característicos, en una línea de introspección post pop, lo lúdico que se transforma en paisaje, en monstruo o en sonrisa por un lado; por otro la materia enfrentándose a sí misma a través de composiciones donde es la superficie y el volumen, el exterior de las cosas, las que las definen en un espacio concreto. La materia protagoniza unas páginas llenas de palabras, construyendo un diálogo entre la forma y el contenido, la apariencia y lo que esta apariencia esconde, una conversación que cada vez está más presente en este recién iniciado siglo XXI.