La imagen nos muestra cómo un grupo de amigos hacen un alto en una excursión en bicicleta y comparten una amable charla, hace un excelente día y es temprano por la mañana, a lo lejos se ve una alta torre de humo. Es el 11 de septiembre del año 2001. Acaba de suceder el mayor atentado terrorista de la historia en suelo norteamericano: en Nueva York dos aviones han destruido las Torres Gemelas, el World Trade Center. Ya nada será igual. La columna de humo que sube hacia el cielo y que vemos al fondo de la imagen, que aparentemente no guarda relación con lo que nos muestra la imagen, define y cualifica la acción. Ella es, en su silenciosa y lejana presencia, la gran protagonista de esta fotografía. Nos informa del desastre, nos dice que ha habido una explosión, un incendio… una catástrofe. Porque donde hay humo ha habido fuego. El humo es el aviso, y lo queda después del fuego, de cualquier fuego, es la ceniza. Tanto el humo como las cenizas y por supuesto el fuego, son tres elementos cargados de simbología. Una simbología de destrucción y de renacimiento, de pasión desbordada y por lo tanto destructiva. El fuego todo lo destruye y el humo convierte en aire, en apenas un suspiro, todo lo que hace unos minutos existía y tenía cuerpo. Del amor solo quedan las lágrimas; de la vida, una exhalación.
El halo del último suspiro, esa pequeña palpitación que se convierte en apenas el rastro de una respiración que se apaga, se lleva con él la vida del ser más querido. Nada somos, polvo al polvo y cenizas a las cenizas. Apenas 21 gramos se calcinan en el fuego fatuo de ese último suspiro. Quedaran solo cenizas, la semilla de la que renacerá como el Ave Fénix una nueva vida, una nueva ilusión, un nuevo amor… la vida continuará como si nada hubiera pasado, porque realmente nada ha pasado. No puedo imaginar mejor funeral que el fuego.
Pero el humo es también una falsa fabricación efectista del hombre, que le cambia el triste gris de su naturaleza por los mil colores de su imaginación. Naranja, blanco, violeta, azul. Por una vez el hombre es más generoso que la naturaleza en sus colores. Decorando la muerte somos los mejores, sin duda. Porque el humo, al margen de símbolos y asociaciones más o menos románticas es una suspensión en el aire de partículas sólidas resultantes de la combustión incompleta de cualquier objeto, liquido, combustible en definitiva. Esas partículas son invisibles al ojo humano y lo que vemos es un conjunto amplio de partículas. Y el humo, efectivamente, mata. Pero no por desamor ni por tristeza, sino por intoxicación, por asfixia. El humo provoca cáncer si se está expuesto a él durante largo tiempo. Vemos así confirmadas todas nuestras peores sospechas. Casi siempre las cosas son lo que parecen.
En las siguientes páginas de esta publicación otros textos ahondan en todos los temas que simplemente estoy planteando, en su relación con la industria, con el desarrollo económico, con la guerra y la destrucción. Obviamente con la muerte. Naturalmente con la soledad y la tristeza. Pero todo esto será más adelante y será sobre todo una alusión, ligeras las palabras como el humo, aunque en este caso no corremos ningún peligro a su sobreexposición: podemos leer estos textos durante todo el tiempo que queramos, porque las palabras, bien ordenadas, las palabras adecuadas, no matan. Y sobre todo las imágenes nos mostraran todos los ejemplos posibles del humo. Desde la destrucción por diferentes vías, hasta de ese hilo efímero que une a dos amantes separados, y que en la desesperanza pueden unir más que las cadenas de hierro, más que una familia numerosa. Las imágenes, a veces, sí pueden matar. Pero estén tranquilos, las imágenes que reunimos aquí son para ustedes, para todos y para cada uno de ustedes, con la intención de hacerles disfrutar, tal vez pensar, recordar posiblemente. Seguramente imaginar.
“Por el humo se sabe dónde está el fuego”, dice una de las más famosas zarzuelas españolas (Doña Francisquita, música de Amadeo Vives y letra —basada en un soneto de Lope de Vega— de Federico Romero Saracha y Guillermo Fernández-Shaw) y efectivamente, no hay fuego sin humo, pero el hombre se ha arreglado para crear humo sin fuego, un humo falso para el teatro, el cine, ha creado una mentira que parezca verdad. Una ilusión se llama ese tipo de mentiras. Pero lo que no es mentira es la infinita cantidad de incendios que destruyen el planeta cada año. Fuegos devastadores, incendios que queman miles de hectáreas de bosques y campos. Algunas de las fotografías que incluimos muestran estos incendios, con el terrible esplendor de su magnitud, con la increíble belleza de su destrucción. La devastación se convierte en paisajes que solo la fotografía, que solo un artista, puede mostrarnos con una delicadeza que nos haga olvidar lo que vemos, como una poesía, como una canción, como una obra de teatro en la que el fuego es un telón que separa la realidad de la ficción; el hoy lleno de color de la vida para ir mostrándonos a su paso, detrás de esa cortina roja, la zona de sombra, la muerte, ese mundo sin color, sin luz, donde todo es ya solo un triste recuerdo de lo que hubo. Decir belleza no es exactamente lo más apropiado para esos lugares que se culminan con todos los colores, entrevistos entre las sombras del humo. Son pinturas de luz y de sombras. De vida y de muerte.
Decir humo es, sobre todo para mí, posiblemente para toda una época y para varias generaciones, decir cigarrillo. Es el puro habano de Fidel Castro, o de Churchill, el cigarrillo de Humphrey Bogart y de Lauren Bacall, y por supuesto de Marlene Dietrich, y de James Dean, la pipa de Sherlock Holmes, efectivamente es decir cine, detectives, asesinatos, cine en blanco y negro, ilusión, novelas, miradas que se esconden seductoras o provocadoras, inteligentes o malvadas, detrás de esa cortina traslucida del humo. Y una vez más es hablar de lo que ya pasó, del tiempo que se fue, porque hoy fumar es un riesgo, un pecado, una premonición de muerte como si al fumar estuviéramos metiendo dentro de nuestros cuerpos, directamente en nuestros pulmones, un incendio forestal, unas chimeneas a todo vapor de cualquier industria tóxica, disparar un cañón y tragarnos la bala. Es, una vez más, la muerte. Pero desde aquí hacemos un sentido homenaje a todos eso fumadores que entre humo nos han hecho vivir tantas vidas, soñar tantos sueños (alguno eterno), escritores, pintores, músicos, actores… a nuestros padres que fumaron desde los nueve años sin pensar en el mañana, a aquellos primeros intentos para que nos gustase fumar, a tragarnos el humo sin toser… porque lo que ahora es un estigma fue no hace mucho un signo de mundología, de madurez, de seducción. Algo irresistible que nos fue matando lentamente, como una canción de amor, como la propia vida. Hemos construido una pequeña galería de fumadores que podría haberse alargado conformando todo un número de EXIT, pero hemos creído innecesario ser tan nostálgicos.
El humo, lectores que seguramente fueron alguna vez fumadores, está en todas partes, así en la guerra como en la paz, así en la ilusión como en la realidad, en la ciudad y en nuestras casas, en el campo y en el mar. El humo y todos esos derivados etéreos, traslucidos, imposibles de atrapar, fugitivos que derivan de los sentimientos del clima y de nuestros sentimientos más profundos, ilusiones sin apenas cuerpo tangible que nos rodean por nuestro caminar en la vida, dándonos la profundidad de la tragedia cotidiana. El humo está en la multitud y en la soledad, y esta, sobre todo, en la historia de la fotografía, como pueden ver en las siguientes páginas. Y está, siempre latente, en nuestro interior, como cantaban los Platters: “cuando tu corazón está ardiendo, el humo ciega tus ojos”. Está, también, en el origen de nuestras lágrimas.