La idea de ruina que maneja el artista actual es una deriva del concepto romántico. Pero no solo. Es también la evolución de la idea de los conceptuales sobre la ruina como un segmento de realidad inacabado, un lugar, una idea que define la vida contemporánea. La ruina vive con nosotros, y de alguna manera los artistas de hoy la representan de formas diversas en sus obras. Vivimos al borde del precipicio, siempre esperando el anunciado fin del mundo. El apocalipsis nos lo ha contado ya el cine en sus mil versiones de inundaciones, cambios climáticos, meteoritos que chocan contra la Tierra. Esperamos el Armagedón, ese momento de colapso que anuncie el inminente fin de todo lo conocido. Pero tal vez ese momento ya esté sucediendo, ya haya sido fotografiado por artistas suicidas, aventureros que visitan las ruinas de nuestro mañana, aun antes de saber que ya hemos muerto, que estamos desaparecidos y que estas líneas solo son unas notas encontradas por seres de otros mundos que llegarán a la Tierra dentro de miles de años y encontrarán nuestros restos: fotografías y algunos restos de papel, esta revista por ejemplo. Lo digital se habrá perdido para siempre.
Tal vez, solamente tal vez, el apocalipsis final no suceda en un solo día, en un solo momento, tal vez no se parezca a ningún guión de Hollywood. Tal vez ya esté sucediendo y el apocalipsis final, el fin absoluto, solo sea la suma de estos pequeños desastres, una concatenación de terribles acontecimientos que todos unidos sean insuperables. Un tsunami solo destruye una parte, pero un desastre nuclear ayuda a completar una ruina difícil de superar, que si se suma a los atentados terroristas, las guerras innumerables y continuas, la deforestación de los bosques, el deshielo de los polos, los accidentes que provocamos con nuestra proverbial estupidez humana, los incendios, las crisis económicas… El fin del mundo tal y como lo hemos conocido ya está sucediendo y nadie lo puede parar. Pero sí se puede fotografiar.
La fotografía se ha convertido en el paradigma de la representación del desastre actual en el que vivimos inmersos. En gran medida por su carácter documental y por la herencia, todavía demasiado grande, que supone el fotoperiodismo. La ruina, el desastre, sea provocado por los elementos aún incontrolables de la naturaleza o por la mano devastadora del hombre, es algo que define nuestros paisajes urbanos y naturales. Las ciudades muestran una ruina muy poco romántica mientras que el paisaje, aunque esté devastado, siempre tiene una connotación de belleza extraña.
La belleza del desastre, la oscura atracción de la muerte. Estos lugares que vamos a ver en las imágenes que llenan las páginas de este EXIT (con el que cumplimos cincuenta números) son extrañamente hermosos. Pesa sobre ellos el silencio del abandono, la soledad que deja tras de sí el ángel exterminador. Una belleza que casi repele, una belleza sobrecogedora en la que la ausencia de la figura humana nos habla de la extinción. Quedan sus huellas, nuestras huellas. Son ciertamente imágenes después del desastre. La pregunta sería: ¿qué hace que el horror de una guerra, la devastación que deja a su paso, atraiga al artista para realizar estas obras? No se trata, como se puede ver enseguida, de un tipo de fotoperiodismo, no, en absoluto. Estos fotógrafos no nos hablan de un hecho sino de un estado anímico. Ellos llegan cuando todo se ha acabado, no van a ilustrar ninguna noticia. A su llegada ya no queda nadie, lo que haya sucedido ya ha dejado de ser noticia para dejar paso a otro acontecimiento catastrófico. ¿Qué les atrae de estos escenarios que han sido quemados, inundados, arrastrados por un huracán, un tsunami, que han sido destruidos por un accidente nuclear?
Decía Lévi-Strauss de México que parte de su atractivo era que hasta lo recién construido o aún no acabado, ya parecía una ruina. Una ciudad como La Habana, tal vez la mayor ruina de un lugar en el que no ha habido una guerra, es posiblemente la más fotografiada. No creo que un solo artista que haya pisado la isla de Cuba se haya podido resistir a captar ese aliento decadente donde el lujo y el orgullo se mezclan con la derrota más absoluta. Ese es el reto, retratar a los que han perdido, lo que quedó después de todas las batallas, pero no desde la miseria ni desde el horror, sino desde la belleza, desde una memoria gloriosa, con ojos que puedan ver más allá de la muerte, más allá del dolor, que miren y nos muestren, que sean capaces de recuperar ese aliento de orgullo, de resistencia, esa es la idea de la ruina, ser lo que queda de la gloria, de la inteligencia, de la belleza, de todo lo humano, de todo lo sagrado.
Dice Marc Augé que en las ciudades modernas no existirán ruinas porque no existen monumentos. El monumento moderno no es el hito aislado, la escultura, el edificio simbólico, sino la propia humanidad. Es toda la ciudad, es todo nuestro mundo, esa es la ruina del futuro presente. Ya no son ruinas de un edificio, ni un paisaje de pintores, es la ruina total. Y estas ruinas que hoy mostramos son nuestras ruinas, las de nosotros mismos. Las de nuestras ciudades y nuestros campos. De lugares de todo el mundo, desde Galicia a Japón, a Estados Unidos… Todos unidos en el apocalipsis final donde ni las lenguas, ni las ideologías o las religiones tienen nada que decir, solo las imágenes, una difusa memoria, una idea de lo que fue, y ya solo quedan fragmentos. Simon Norfolk realizó en 2010 un proyecto paralelo al del fotógrafo inglés del siglo XIX John Burke, retratando el paisaje de Afganistán después de la última guerra nunca acabada, ese mismo paisaje que Burke retrató en su momento, muestra en él la diferencia entre la guerra del pasado y la actual. La idea de memoria y su asociación con el paisaje nos lleva a la construcción de una respuesta contemporánea al concepto clásico de lo “pintoresco” en la fotografía.
La sombra del romanticismo planea por todo este número. Pero sigo sin respuesta para entender claramente lo que guía a la fotografía actual a deambular en torno a esta idea de ruina en la que el desastre adquiere mil formas. Tal vez esté en paralelo al feísmo que otros lenguajes visuales hoy plantean en sus obras.
Ya no son solamente el tiempo, la naturaleza o la guerra los que provocan estas ruinas interminables. El hombre, con su acción cotidiana, aumenta y provoca otro tipo de devastaciones, también objetivo predilecto del arte actual. Detroit, la ciudad norteamericana que se hizo famosa y rica por su industria automovilística, es hoy una ciudad en completa ruina. Modelo para cientos de series fotográficas, puede ser, con la ciudad de Las Vegas, otra ruina tal vez, la ciudad emblemática del desastre económico que alcanza una representación visual. Muchas otras ciudades, satélites, construcciones coyunturales que no aguantan el paso del tiempo y su deriva económica.
La ruina actual ya tiene bibliografía. J.G. Ballard escribió América hace décadas, en el profundo y olvidado siglo XX, una novela sobre el desastre absoluto, sobre cómo el deshielo de los polos transforma el planeta, cambiando los desiertos por valles, los mares en desiertos. La ciudad de Las Vegas es un símbolo de la destrucción. El mundo vuelve a empezar, y la duda es si hay vida en América, la hoy próspera América. La duda puede ser si hay vida en cualquier lugar del planeta. Estas imágenes son los testimonios de lo que dejamos a nuestro paso, muerte y destrucción, ruina y miseria, solo quedan los restos, la memoria, y estas fotografías. Y la confirmación de que el ángel de la muerte somos nosotros.