Es difícil prestar atención a ese mundo diminuto que nos rodea. Esa pastilla de jabón que ya está a punto de que la tiremos, pues es tan pequeña, que ya ni sirve. Las píldoras, mínimas, que usamos para dormir. Joyas químicas como pequeñas perlas que nos ayudan cada día. A veces nos sorprendemos de la fuerza de esos cuerpos tan pequeños. Mínimos. Un tamaño que nos puede engañar. No siempre el libro más grande es el que más nos interesa. Pero incluso esos objetos tan pequeños puedan resultar enormes en su comparación con otros cuerpos aún más pequeños. La ciencia del futuro se asienta en el término nano, lo más pequeño, la nanotecnología, y todos debemos saber que el nanómetro es la unidad de longitud que equivale a una mil millonésima parte de un metro. Es el mundo invisible en el que nos es difícil entender casi nada pues casi nada vemos. El imperio de lo diminuto, de lo ínfimo. Lo micro puede resultar gigantesco a su lado. Pero para nuestra percepción lo sutilmente pequeño, esos cuerpos inmensos si los comparamos con el nanómetro, son suficientemente insignificantes para que no se les preste apenas atención. Vivimos pendiente de lo grande, de todo aquello que nos asombra por sus dimensiones: coches, aviones, casas… desde las muñecas de nuestras hijas hasta los tacones de los zapatos más elegantes. Todo es grande. Todo quiere ser grande, evidente, hacerse notar. Los cuadros, las fotografías, han roto con la escala para convertirse en muros de contención. Los impresionistas nos parecen tan sutiles en su brevedad, un Van Gogh es casi un fragmento de un cuadro mayor. Cuando hablamos de tamaños partiendo de escalas mínimas hay que ir con mucho cuidado pues se nos puede escapar lo mas importante por una grieta que no llegamos a ver. Por eso es mejor organizarse, construir categorías.
Lo pequeño engloba todo lo que habita en ese universo anterior a la nanotecnología pero que apenas percibimos en nuestro mundo. Lo pequeño parece estar allí sólo para nuestro servicio, pero apenas tiene autonomía, forman parte de algo mayor. Y ahí es donde enlazamos con lo mínimo. Pero en ese momento nos damos cuenta de que todo es una cuestión relacional. Una cosa es pequeña en su comparación con otra que es grande, mayor. Por eso llegamos a encajar en lo pequeño una colilla de cigarro y un pajarito, un gorrión por ejemplo. Los dos son pequeños, mínimos en comparación con el cigarro entero y con un águila. Lo pequeño es también aquello que llega a enternecernos. Una pequeña foto en blanco y negro nunca la valoraremos como una foto en color de gran tamaño, pero el encanto de lo pequeño es imposible de trasladar a un formato mayor. ¿Una foto de Nan Goldin contra una de Andreas Gursky? Pero los pajaritos de Jochen Lempert en su redonda pequeñez nos hacen sentir más cerca la fragilidad de la vida, la libertad del vuelo, la necesidad de protección. Es lo que tiene lo mínimo, que te puede llegar a hacer sentir, a pensar a meditar.
Son las pequeñas cosas las que nos trasladan al tiempo de la memoria, a cuando fuimos más felices, a un día cualquiera, apenas un olor, un papel, un botón, pequeñas cosas que son la llave de los sentidos.
Lo mínimo nos asoma a una contradicción en sí misma. En su definición lo mínimo es lo superlativo de pequeño, lo más pequeño de todo. El grado menor en tamaño de aquello que podemos ver directamente sin mediar aparato alguno al margen del ojo. Después de lo mínimo podríamos decir que no podemos ver nada, empieza la ceguera funcional. No confundir con lo micro, lo microscópico, que en sí mismo lleva la necesidad de apoyarnos en un aparato que aumenta las posibilidades, define una escala inferior. En su origen micro quiere decir pequeño, pero su acepción actual es aún más pequeño que lo mínimo, invisible para el ojo humano. La fotografía lo ha buscado y lo ha encontrado en la fotografía científica y lógicamente, el artista la ha rescatado para realizar abstracciones, para llevarnos a los límites de la percepción, al contrasentido de lo que es pero no vemos, de lo que existe escondido más allá de nuestra limitada percepción pero que forma parte de lo que veremos.
Para poder ver mejor, para entender el todo a través de sus partes, sin necesidad de más técnica que nuestra inteligencia y nuestros ojos, hemos inventado el fragmento. Todo es un fragmento de algo mayor. A partir de ahí la escala la definimos nosotros, desde lo más pequeño a lo mas grande nunca abarcaremos la totalidad. Cada mapa, cada plano, cada foto, cada vida es sólo un fragmento de algo mayor. En esta revista solamente estamos haciendo un viaje hacia abajo, olvidándonos de que el tamaño pueda definir la importancia de ninguna idea, sabiendo que es en la semilla en donde esta la planta y donde habita el fruto; que es de lo pequeño de lo que surge lo grande y de que, en definitivo, son palabras que nos acercan a un concepto de relatividad.
Los artistas que hemos seleccionado afrontan la idea de lo pequeño, lo mínimo, lo micro y el fragmento desde diferentes lugares y con diferentes propósitos. Para Uta Barth lo ínfimo tiene mucho que ver con lo sutil del movimiento mínimo, de la sombra y la luz en un fragmento de pared, lo mínimo puede ser un suspiro. Para Pernilla Zetermann esas pequeñas cosas son la base de un recuerdo, del paso de alguien por nuestra vida, de una presencia que ha quedado atrapada en un pequeño y aparentemente intranscendente objeto. Los objetos, más que los signos, son los protagonistas de gran parte de la obra de los artistas que vienen en las páginas siguientes. Liliana Porter nos traslada a un lugar imaginado, un lugar que es solamente una referencia y nos plantea el drama en lo banal, el significado en lo aparentemente insignificante, nos habla de la falta de sentido de la narratividad y de cómo la ficción es sólo una cuestión de subjetividad. La obra de Koo Bohnchang que se ha seleccionado es la serie de los restos de pastillas de jabones de manos, en ellos la insignificancia se presenta de forma absoluta, pero también su pequeñez nos habla de la pervivencia, del uso, de las personas que durante días han usado el mismo resto de un pastilla de jabón, habla en definitiva de la vida y del desgaste, de la muerte.
Reconstrucciones de paisajes imposibles, con geografías habitadas, nuevamente, por pequeñas figuras que representan una época lejana que en su uso actual transforman su sentido, como en las imágenes de Ciuco Gutierrez, una remembranza de nuestros sueños infantiles tal vez, una ironía de la memoria de los adultos. Una simple forma de escenificar escenas imposibles y a la vez reconocibles. Cada uno de estos artistas construyen y reinventan, miran y ven la fragilidad de las cosas, la imposible e insignificante levedad de nuestras narraciones, de nuestros tópicos, la futilidad de la ficción. Reinventan y reinterpretan el mundo y a nosotros mismos.
Finalmente comprendemos que un insecto tan pequeño como una abeja sostiene todo el planeta con su sola existencia, y de que, efectivamente, el tamaño sí que importa. Lo más pequeño, aquello que casi no podemos ver, lo que apenas es un roce en nuestros ojos, eso es lo esencial. En las siguientes páginas queremos, solamente, hacer un elogio de lo mínimo, de todo aquello que nos pasa desapercibido porque no tenemos tiempo ni paciencia para mirar a nuestro alrededor. Un elogio de lo pequeño, de lo ínfimo, de esas ataduras con nuestro pasado, con nuestra infancia que tienen forma de figuritas, juguetes abandonados. Un elogio de todo lo que no se ve, de lo que sólo sabemos que está ahí por intuición, por fe, por necesidad. Un elogio de todo aquello que parece insignificante pero que realmente es vital.