La arquitectura no es solamente ese paisaje construido lleno de grandes volúmenes inexplicables, firmados por nombres ilustres. La arquitectura es también, y tal vez sobre todo, una obra de arte, como una pintura, como una fotografía, en la que vivimos nosotros. La única obra de arte habitable, la obra de arte por definición. Sin embargo, la realidad nos dice todos los días que no es así. La mala construcción, la escasez económica, los malos arquitectos… La realidad desgraciadamente nos habla de que el arte hoy ya no es lo que era. Pero nuestra casa sigue siendo nuestro castillo, nuestro refugio. Es en sus rincones donde somos felices, nos sentimos seguros, donde somos realmente nosotros. Es en esas habitaciones donde Louis Khan establece el principio de la arquitectura, en esas simples estancias cuadradas, en ese teatro primordial de nuestras vidas, donde está la semilla de un edificio. Aunque en un edificio todas las viviendas sean iguales, una vez habitados cada habitación, cada espacio, cada rincón, es diferente, como un autorretrato de sus habitantes. Los más grandes arquitectos lo saben, todo es arquitectura, pero no toda arquitectura es habitable. Igualmente no todo los interiores son hogares. Las iglesias, los hospitales, los bares… pueden ser tres ejemplos de interiores paralelos al hogar, lugares donde también nos refugiamos, donde nos expresamos como somos. Más o menos.
En la historia del arte los interiores tardan mucho en tener una vida independiente de las figuras. Durante mucho tiempo son las figuras, ya sean santos, vírgenes o mecenas, apóstoles o reyes, los protagonistas de las obras; el interior es un simple paisaje de fondo, un decorado en donde surge la acción, donde el personaje es colocado. Pero llega un momento en el que con el cambio de costumbres, con el triunfo de las ciudades, con la llegada de la burguesía, la arquitectura llega al mundo de la pintura y los edificios empiezan a convertirse en algo esencial; poco a poco las casas por dentro, los hogares, son el lugar donde se celebran las fiestas y los rituales, donde las familias se reúnen, donde se lee y se come y se duerme, y donde se mira por las ventanas. Porque las ventanas son esenciales en los interiores. La relación entre el interior y el exterior sucede siempre alrededor de una ventana, de una puerta. Igual que para la mayor intimidad parecen imprescindibles unas cortinas, un sofá, una butaca, una cama… Cuando el poeta norteamericano Wallace Stevens pregunta “¿Qué porción de sol entra en tu habitación?” está hablando de esto, de cuánto del mundo exterior llega a entrar en tu mundo interior.
La relación entre el interior y el exterior sucede siempre alrededor de una ventana, de una puerta
Hace ya mucho tiempo que los interiores de nuestras casas son importantes no solo para nosotros, forman parte de un negocio, de un estilo de vida que es la base de la decoración, del interiorismo, de ese afán de acomodarnos en nuestro propio espacio pero no a nuestro gusto, sino a un gusto elegante socialmente estimable. Hay publicaciones, estilos, y ahí las modas, el anticuariado y el diseño nos hablan de comodidad, aprovechamiento del espacio, de las tendencias y de los gustos. Hasta series de plataformas digitales nos explican cómo vivir en nuestras casas, cómo ordenar nuestros armarios… Pero realmente un interior está decorado por la vida que haya trascurrido en él, por el uso que le dé quien habita ese espacio, su luz y sus sombras. La vida, una vez más, con su conjunto de experiencias, memorias, sentido que damos a los lugares, con todo lo que vivimos y soñamos en esos lugares, es lo que realmente hace que unos rincones parezcan más agradables, más cálidos, más atractivos que otros. De la frialdad cargada de belleza de la vivienda de Luis Barragán hasta el desastre cotidiano de los dormitorios de los jóvenes; desde el lujo de la clase alta británica hasta la supervivencia con nostalgia de las chabolas de los emigrantes. Cada interior tiene el ADN de quien vive en él.
La fotografía no tiene un nombre para todas esas miles, millones de imágenes que captan los interiores de las sociedades e individuos actuales. Si para la fotografía callejera tenemos el término Street Photography no hay nada parecido para toda esa ingente producción que significa el halo intimista de la fotografía, esas imágenes de dormitorios, de sofás, de luces tenues que llenan páginas en la historia de la fotografía e incluso en nuestras memorias particulares, en nuestros álbumes. No solo de viajes y exteriores vive la fotografía, se alimenta también de la intimidad, de lo que sucede de puertas adentro, incluso de lo que no sucede, porque en los interiores no se busca ni la acción ni el movimiento. Se busca a veces la quietud, el descanso, los claroscuros, las sombras, descubrir facetas ocultas de nuestra personalidad, recalcar la vida cotidiana, a veces lo íntimo y a veces lo banal. Pero lo interior a veces es simplemente un reflejo del exterior, un lugar desde donde ver lo que está fuera, a veces una imagen compartida entre el aquí y el allí. Dentro y fuera en un solo plano, de una sola mirada, en una sola imagen.
La fotografía no tiene un nombre para todas esas miles, millones de imágenes que captan los interiores de las sociedades e individuos actuales
Marwan Bassiouni nace en 1985 en Morge, en los Alpes suizos, de origen egipcio, trabajaba de camarero y tenía 23 años cuando decidió dejarlo todo y dedicarse a la fotografía. Su serie de imágenes New Dutch Views resume la idea de la relación entre los interiores y los exteriores. Desde un interior y a través de una ventana nos ofrece diferentes perspectivas del paisaje holandés, de su arquitectura, son miradas al exterior. Pero estas miradas se hacen desde unos interiores que responden a la cultura y a la estética del Islam. Desde la memoria, el origen y una cultura se mira al exterior, a otra cultura ayer lejana que hoy es su paisaje de cada día. Desde una mirada que puede ser de un emigrante que ve el país de acogida, este/oeste, sur-norte. Nada mejor para expresar esa forma de mirar que el Occidente visto desde el Islam, dos lugares en conflicto, uno que vive hacia afuera, abiertamente, y otro introvertido, oculto, misterioso. Las imágenes de Bassiouni no necesitan palabras, solo hay que saber que las imágenes son vistas reales de lo que podemos ver a través de las ventanas de diversas mezquitas en Holanda. Vemos lo que los creyentes islámicos ven de las ciudades donde viven desde los lugares donde rezan. No hay truco ninguno, como siempre la realidad es más surrealista, parece más falsa que la simple mentira. Inspirado por la ética islámica y la filosofía estética no occidental, Marwan considera que su práctica es una forma de “fotografía documental abstracta” que se centra en las cualidades contemplativas y humanísticas de la imagen fotográfica.
Javier Campano (Madrid, 1950) tiene otra mirada muy diferente del exterior desde sus interiores. En sus fotografías la superficie se comparte entre ese paisaje exterior, Madrid, y unos interiores silenciosos, ciudadanos, ventanas iluminadas por lámparas de sobremesa que dan a las calles, las arterias de una ciudad que él conoce palmo a palmo. Autodidacta y claro seguidor de Robert Frank y André Kertesz, la superposición de imágenes en sus fotografías, entrelazando la luz exterior con la sombra interior, es una constante. Una mesa con apenas un cenicero y el humo de un cigarro y en el exterior el perfil de los edificios, el sol o la noche de Madrid, o de cualquier otra ciudad, habitaciones de hotel pasajeras o de su casa, su torre de observación, mezclan momentos de intimidad con esa mirada de halcón que sobrevuela toda su obra. Si a Campano le preguntáramos “¿qué porción de sol entra en tu habitación?” la respuesta seria simple: toda la luz, toda la vida, todo cabe en un fragmento de interior con una ventana entornada.