post_type:editorial

currentRevistaNum:88

currentRevistaNombre:EXIT

Revista anterior: EXIT 87 Tipologías del retrato100807
Articulo anterior: Nikki S. Lee Parts
Articulo siguiente: La espiropapa
anterior

De lugares, paseos, recuerdos y ruinas

siguiente
Foto de portada: Xavier Rivas. Untitled (table with views), from Domingos series, 1996. Courtesy of the artist.

Las cosas cambian continuamente. También cambian las palabras y, con ellas, cambia el sentido de lo que nombran. Los lugares cambian, pero sobre todo cambiamos nosotros, los que vivimos y pasamos por tantos sitios a lo largo de nuestras vidas, y cambiamos la realidad a partir de nuestra memoria tan olvidadiza. Cambiamos en nuestra cabeza —en nuestros recuerdos— como fueron realmente las cosas. ¿Realmente fueron alguna vez de una sola e inequívoca manera?

Los filósofos, los lingüistas, los historiadores se fuerzan siglo tras siglo intentando dejar todo claro, poniéndole nombres a las cosas y a las ideas, a los sentimientos, al aire que respiramos, a las cosas que nunca decimos, incluso a lo que ocultamos en lo más profundo de nuestro olvido. Esos nombres son parte de una cultura que se transforma cada vez más rápidamente. Y con la llegada de la reproductibilidad de la imagen, con la llegada de unas sociedades urbanas cada vez más convulsas e híbridas, muchas de esas definiciones han perdido su sentido. Desde luego no para todos, pero sí posiblemente para los más jóvenes que ven el mundo, la ciudad, de formas contradictorias. En este número 88 de EXIT tratamos, como si fuera un doble oxímoron, la idea de “no lugar”, ese concepto terriblemente acertado, aunque voluble, con el que Marc Augé definiría algo que muchos veíamos sin saber acotar claramente: “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”1Augé, Marc: Los no lugares. Espacios del anonimato Ed. Gedisa, 2005. p. 83. Esos lugares que nombrábamos como vulgares, anónimos, periféricos, sin identidad ni características propias. Recientes e intercambiables. Lugares de tránsito, intercambiables entre sí como los túneles de los metros de cualquier gran ciudad, homogeneizados por la suciedad, la soledad, la prisa. Lugares imprescindibles tal vez, al menos algunos, en la vida moderna; inevitables, pero nunca agradables ni queridos; lugares de los que no quedaba memoria en nosotros después de pasar por ellos… o al menos eso creíamos. Especial importancia tenía, al menos para los que estamos en el mundo del arte, la afirmación de que el futuro de estos lugares no sería el monumento sino la ruina. El monumento nos habla de un pasado honorable, importante, de una historia, de que hubo algo y desapareció, suponiendo una gran pérdida (“…esas ruinas que hoy ves, ayer fueron Itálica gloriosa”2Canción a las ruinas de Itálica, Rodrigo Caro (1595 primera versión));-sin embargo el futuro verá los restos de todos estos no lugares sin recordar un pasado glorioso, sin memoria, borrada su existencia por el viento del tiempo. Sin embargo, tampoco hoy las nuevas generaciones saben nada de Itálica ni de su gloria hoy perdida, pero sin duda recuerdan esos subterráneos donde vivieron sus primeras experiencias de iniciación, de libertad. Tal vez su Itálica gloriosa sea una estación de metro, o un prado entre dos solares en construcción.

En este número 88 de EXIT tratamos, como si fuera un doble oxímoron, la idea de “no lugar”

Un famoso tango de Gardel, Barrio, nos puede ampliar el concepto de lugar alejado de la gloria, pero envuelto en los recuerdos; asfixiado por la nostalgia, el cantante recuerda su infancia, su barrio, un vulgar villorrio de Buenos Aires, sin más pena ni gloria que ser el lugar de su infancia, y canta: “Barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental”. Gardel nos recuerda lo más simple, los lugares que tienen su espacio en nuestra memoria, en ese territorio en el que siguen viviendo los mejores recuerdos; un lugar que, posiblemente, nunca existió y que fue por tanto el más auténtico de los no lugares, aquellos que nunca mueren.

El mismo Augé desarrollaría los conceptos de lugar como continuación del no lugar, como la continuación de una misma idea que se transforma sin fin ni principio: “el primero (el lugar) no queda nunca completamente borrado y el segundo (el no lugar) no se cumple totalmente”3Augé, Marc: op. cit. p. 84. Los conceptos de identidad y de pertenencia varían con los cambios sociales. Los lugares viven otras vidas en nuestras memorias, y sirven para reconstruir recuerdos de algo que no fue. Esa es tal vez su gloria más perdurable.

Esa memoria, esa nostalgia, está en el origen de algunas de las fotografías que conforman esta revista que en estos momentos empieza a leer. Esos lugares que vivimos de una forma y recordamos de otra. Pero también la necesidad de la que hablábamos al principio; la necesidad de poner nombre a las cosas, de clasificar y de enumerar. La necesidad de que el archivo sea de insectos, de libros o de recuerdos. Túneles, gasolineras, aeropuertos, antesalas, vestíbulos, escaleras mecánicas, barriadas periféricas, estacionamientos… Muchos de ellos tienen relación con nuestros movimientos, con nuestros viajes, con esa nueva sociedad que redefine el paisaje y convierte la naturaleza en un jardín vertical. Todos intercambiables entre sí, sin identidad ni nada especial. Simplemente lugares que todos nosotros cruzamos, que habitamos y casi siempre olvidamos. Solo la mirada del fotógrafo, las imágenes que reconstruyen otra realidad, permanecerán tal vez como monumentos, tal vez solamente como ruinas.

  • 1
    Augé, Marc: Los no lugares. Espacios del anonimato Ed. Gedisa, 2005. p. 83.
  • 2
    Canción a las ruinas de Itálica, Rodrigo Caro (1595 primera versión)
  • 3
    Augé, Marc: op. cit. p. 84.