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Txema Salvans

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Fotografía de Txema Salvans
Txema Salvans. Les cases d’Alcanar, Tarragona, N-340, 2011. Courtesy of the artist.

The Waiting Game

Desde Perpiñán a Gibraltar, por toda la costa mediterránea, florece una industria basada en el sol, el turismo y el placer. Es un territorio propicio a la instantánea, a la ridiculización del turista, a la obscenidad de los cuerpos vulgares y desnudos. Pero hay mucho más que todo lo que ya hemos visto. Y es que la fotografía, de alguna manera, se empeña en enseñarnos esa otra cara de la realidad, más cercana y más fea, más desagradable y a veces terrible. Esa cara que no se quiere ver, aunque la tengamos frente a nosotros. Todos los que viajamos con frecuencia por carretera hemos visto esas casitas feas, con una luz roja y un nombre en luces de neón en medio de la nada. Son prostíbulos, puticlubs, casas donde por lo general acaban las víctimas de trata de blanca y alguna otra prostituta local de tarifa asequible. Hacemos como que no vemos, pero sabemos que están ahí, sabemos lo que pasa dentro, a veces leemos noticias de redadas, denuncias… Seguimos nuestro camino.

Como ya se ha dicho muchas veces el fotógrafo es como un cazador o un pescador, tiene que saber esperar, acechar a su presa, a su objetivo

Txema Salvans se ha tomado su tiempo para mirar, observar, en un juego que él mismo ha titulado “El juego de la espera” (The Waiting Game), un juego que es casi un solitario, aunque en esta ocasión lo juegan dos: el fotógrafo y la prostituta, y solo una vez un tercero: el cliente. Todo ocurre en las cunetas de alguna carretera del Mediterráneo, de muchas carreteras secundarias, ramales de bifurcación de autopistas. Toda la costa mediterránea es un lugar de ocio, turismo y de huertas y acequias. Pero también es un lugar de pequeños comercios, entre ellos este pequeño, casi insignificante, comercio carnal.

Fotografía de Txema Salvans
Txema Salvans. Torrevieja, Alicante, N-332, 2012. Courtesy of the artist.

Como ya se ha dicho muchas veces el fotógrafo es como un cazador o un pescador, tiene que saber esperar, acechar a su presa, a su objetivo, hasta que llega el momento propicio y dispara. Luego recoge su pieza, positiva la imagen y el juego cambia de tablero y de reglas. Pero en este caso la espera es algo más que un juego, es una forma de supervivencia. Y sinceramente, no le veo ninguno de los placeres que le suponemos al juego. Las mujeres aparecen en lugares vacíos de esperanza, lugares absurdos para un intercambio sexual, a pleno sol, en entornos desérticos y con ingredientes cutres, desde los tacones imposibles a esas horas y en esos lugares, hasta las sillas en las que esperan a un posible e insólito cliente.…

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