La otra cara de la moneda
Cuando Seydou Keïta abre su estudio fotográfico en Bamako, Mali, en 1948, con 27 años, no sabe que está iniciando una carrera de éxito que le convertiría en el “padre de la fotografía negra”. No sabía que su estudio se convertiría en un ejemplo para muchos otros abiertos posteriormente en diferentes capitales de África, y tampoco sabía que se convertiría en uno de los estudios fotográficos más importantes de la historia de la fotografía, con 90.000 imágenes bien conservadas. Tampoco se imaginaba que, cuando en 1994 la Fundación Cartier de París le dedica una gran exposición y su obra se presenta en Los Encuentros de Arlés, su prestigio sería irrevocablemente mundial. Es, la suya, una carrera rápida, triunfal y modélica. Sienta las bases del retrato que, aunque era en blanco y negro, sería la base del retrato de la población negra en todo el mundo para siempre: retratos individuales o de grupo, mirando directamente a la cámara, en la que los fondos, las telas, la ropa y el gesto lo serían todo. Para él hacer un buen retrato era fácil: “Es fácil hacer una foto, pero lo que en realidad hacía la diferencia era que siempre supe cómo encontrar la posición adecuada, y nunca me equivocaba. Su cabeza ligeramente ladeada, la cara seria, la posición de las manos… Era capaz de hacer que alguien quedase realmente bien”. Lo que no resulta tan fácil es saber si era consciente de lo que realmente estaba haciendo.
“Es fácil hacer una foto, pero lo que en realidad hacía la diferencia era que siempre supe cómo encontrar la posición adecuada, y nunca me equivocaba”
La imagen que Keïta construye sobre la sociedad negra de Bamako (entre los años cuarenta y sesenta del siglo pasado, durante la transición de colonia a país independiente) es la de una sociedad feliz, guapa, aparentemente sin problemas. Es sin duda la cara feliz y amable de una sociedad negra ajena, aparentemente, a todos los problemas que surgirían en torno a su representación. El cuerpo negro en estas imágenes no es conflictivo, se presenta de forma autónoma y seguro de sí mismo. No se ven las huellas del colonialismo, ni el peso de la esclavitud ni ningún tipo de marginación. Y, personalmente, me cuestiona el origen de la mirada de Keïta, aparentemente también un fotógrafo negro feliz, reconocido, triunfador internacionalmente y con un puesto ya seguro en la historia de la fotografía desde el principio de su trabajo, que además, nunca salió del retrato de estudio.…
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