No es una fotografía bien hecha. Parece incluso estar algo desenfocada. Sin embargo, es una imagen que funciona. Es una naturaleza muerta, un particular bodegón que muestra cómo pasa rápido el tiempo y es imposible de recuperar. Es una imagen doble de la nostalgia. Nostalgia de una época que no se vivió, esas décadas revolucionarias en las que un dandi llegó a ser más importante que un emperador o, mejor, en las que un dandi fue emperador. Kenny, el compañero de piso de Nan Goldin, no logra engañar con su disfraz porque, a pesar del título, no trata de encarnar a Napoléon, sino que quiere ser un dandi, quizás, Brummell, que gobernó sobre la corte británica como rey de las apariencias. Nostalgia también de un tiempo y un lugar que se vivió, del comienzo de los 80 en Nueva York, de esos días en los que “la gente estaba intentando decidir sus nombres, el color de su pelo, su orientación sexual, su propósito en la tierra” y “se mostraba vestida para el drama”, como escribió Luc Sante. Un drama que, cuando se tomó la fotografía, todavía tenía algo de comedia pero que acabaría para muchos, para Kenny también, en tragedia.…
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