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Rosalind E. Krauss

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Fragmento de: Daniel Boudinet. Polaroid, 1979. Courtesy of the artist.

El ruido vivo de la madera

El frontispicio de La cámara lúcida resulta a un mismo tiempo misterioso y evidente. Una polaroid a color es una extraña puerta de entrada a la teorización sobre la fotografía que se hace en el libro, en el que Barthes enhebra las joyas de la historia de la fotografía en blanco y negro. Entre otras muchas, encontramos la mesa de Niépce (supuestamente la primera fotografía de la historia); obras de Nadar; La terminal (1893), de Steiglitz; una copia de Antlitz der Zeit de Sander; el retrato de Mondrian de Kertész; el retrato de William Casby de Avedon, el de Phil Glass de Mapplethorpe, y muchos otros. Pero a esta celebración de la fotografía en blanco y negro añade su rechazo a la fotografía en color:

En un daguerrotipo anónimo de 1843 se ve en forma de medallón a un hombre y una mujer coloreados por el miniaturista empleado en el taller del fotógrafo: siempre tengo la impresión (importa poco lo que suceda realmente) de que, del mismo modo, en toda fotografía el color es una capa fijada ulteriormente sobre la verdad original del Blanco y Negro. El Color es para mí un postizo, un afeite (como aquellos que se les prodiga a los cadáveres). Puesto que lo que me importa no es la «vida» de la foto (noción puramente ideológica), sino la certeza de que el cuerpo fotografiado me toca con sus propios rayos, y no con una luz sobreañadida.

Además de estar coloreado, el frontispicio de La cámara lúcida es una polaroid, el producto de una caja sellada herméticamente que oculta los procesos de exposición e impresión de la imagen. Por el contrario, la relación de Barthes con la fotografía que admira viene del interior de la cámara y de su mecanismo:

Para mí, el órgano del Fotógrafo no es el ojo (que me aterra), es el dedo: lo que va ligado al disparador del objetivo, al deslizarse metálico de las placas (en los casos en que el aparato consta todavía de ellas). Gusto de esos ruidos mecánicos de una manera casi voluptuosa, como si, en la fotografía, fuesen aquello —y nada más que aquello— a lo que mi deseo se aferra, rompiendo con su breve chasquido la capa mortífera de la Pose. Para mí, el ruido del Tiempo no es triste: me gustan las campanas, los relojes… —y recuerdo que originariamente el material fotográfico utilizaba las técnicas de ebanistería y de la mecánica de precisión: los aparatos, en el fondo, eran relojes para ser contemplados y quizás alguien de muy antiguo en mí oye todavía en el aparato fotográfico el ruido viviente de la madera.

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