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Paula Anta

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Palmehuset

Paula Anta. Mapora_Madrid, Palmehuset series, 2007. Courtesy of the artist.

Palmehuset

Palmehuset significa Casa de Palmeras en danés. Este trabajo, que comenzó en Noruega, en el jardín botánico de Bergen, es un recorrido entre lo cálido y lo gélido, entre lo salvaje y lo estructurado, entre la libertad y el orden más minucioso. Pero también son imágenes que muestran el poder de adaptación, la convivencia y la supervivencia. Palmehuset son Casas de Palmeras en ciudades europeas, principalmente del Norte de Europa, como Bergen, Oslo, Copenhague, Londres, Edimburgo, Lyón, Viena, Salzburgo, Ámsterdam, Berlín, Frankfurt, Lisboa y Madrid. En mi trabajo, en el que muestro series de lugares, se repiten los esquemas de aquello en lo que se deposita la mirada. Estos invernaderos, ubicados dentro de jardines botánicos, evocan tiempos pasados en los que se conservaban, como grandes joyas vivientes, especies de otros mundos muy lejanos. Toda gran familia entre los siglos XVIII y XIX poseía su “Jardín de las Delicias” como un lujo exótico. El jardín botánico se mantiene como una isla dentro de las urbes modernas con su ritmo frenético.

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Paula Anta. Livinstona_Londres, Palmehuset series, 2008. Courtesy of the artist.
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Paula Anta. Sabal_Lisboa, Palmehuset series, 2007. Courtesy of the artist.

Siempre viene una estructura dada. Una especie de “piel” que actúa como contenedor de esa Naturaleza artificialmente mantenida. Estas arquitecturas especialmente diseñadas para el engaño de la propia Naturaleza se convierten en lugares de protección. Espacios que nos dan las claves para la adaptación a la realidad cambiante y disfrazada, al mismo tiempo que proponen una ética coyuntural.

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Paula Anta. Howea_Bergen, Palmehuset series, 2007. Courtesy of the artist.

En las casas de Palmeras también existe egoísmo, egoísmo por el espacio, por la luz. La luz es, en estas parcelas, la que da la vida –igual que en la fotografía– a cada una de las especies que se empujan hacia lo ancho y hacia arriba, quizá para huir y volver a sus selvas de origen. Las hojas se expanden y las flores se abren de manera brutal, casi agresiva, dentro de estas jaulas de cristal que las estructuran, las ordenan y las archivan. En realidad, es esa lucha entre esa búsqueda de libertad, entre lo salvaje, entre lo caótico a lo que pertenecemos en contra de lo ordenado, la estructura de hierro que no nos deja salir de lo establecido, un límite ya dibujado, fuera del cual existe de nuevo el caos, el ritmo frenético. Y así la lucha se transforma apaciblemente en una convivencia, donde las tuberías se convierten en raíces, los colores se funden en verdes y tierras y el óxido de los metales se envuelve en verdín.

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