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William Eggleston

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William Eggleston. Untitled Louisiana, 1980. Dye-transfer print, 41 x 51cm Courtesy Cheim & Read Gallery, New York

Paradoja

¿Por qué algunas fotografías nos pueden fascinar durante un buen rato, mientras que otras instantáneas las olvidamos tras un rápido vistazo? Aunque en ambos casos se trata de resultados plásticos del mismo medio técnico, en nosotros provocan reacciones totalmente distintas. Las fotografías que se apoyan en lo espectacular o que distorsionan lo cotidiano nos pueden impresionar un momento, pero su permanencia visual es escasa. Conocemos este fenómeno por la fotografía publicitaria y periodística, en la que se deben presentar procesos complejos de forma comprimida para que funcionen en su contexto de eficacia. Pero recortar el contenido de una imagen significa también reducir la complejidad del mensaje. El resultado son fotografías que funcionan como puntos de exclamación, y que se consumen como estrellas fugaces: al día siguiente sólo recordamos unas pocas imágenes de este tipo. Por lo tanto las fotografías, para que nos acompañen durante más tiempo, necesitan una calidad distinta de la que simplemente nos asombra.

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William Eggleston. Untitled Greenwood, Mississippi, 1973. Dye-transfer print, 35 x 50 cm
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William Eggleston. Untitled Washington D.C., 1990. Dye-transfer print 40,6 x 50,8 cm Courtesy Cheim & Read Gallery, New York

Cuando me encontré con William Eggleston por primera vez, al principio me asombré por la timidez de esa leyenda de la fotografía. Contestaba amablemente las preguntas que se le hacían con la suave melodía lingüística del sureño aparentemente ensimismado. Vestido con formalidad y con excelentes maneras, Eggleston tenía más bien el aspecto de un hombre de negocios de éxito y no el de uno de los artistas más importantes de la actualidad. Sensible, nervioso, parecía casi frágil este hombre, ya de 64 años de edad, sobre el que se cuentan tantas historias salvajes que a primera vista difícilmente encajan con este señor de aspecto aristocrático. Pero las cualidades paradójicas son típicas de Eggleston y de su obra.

El resultado son fotografías que funcionan como puntos de exclamación, y que se consumen como estrellas fugaces

Cuando en 1976 se inauguró en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, que se sigue considerando en todo el mundo la institución más importante para la fotografía, la primera exposición individual con fotografías en color, el artista no compareció en la recepción, sino que prefirió quedarse en el hotel. La exposición de William Eggleston estaba constituida por 75 fotografías en color y se convirtió en un escándalo. En parte porque en aquella época los fotógrafos serios con pretensiones artísticas no fotografiaban en color, sino que se sometían al dogma imperante de la copia en blanco y negro hecha personalmente.…

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