Tiburones
No es frecuente encontrar fotografías de animales marinos más allá de las de los documentales científicos, sin duda la dificultad aleja la mayoría de los intentos. El mar sigue siendo uno de los misterios que perviven a la ansiedad científica y a la curiosidad insaciable del hombre. El agua oculta un fondo donde la luz no llega, plagada de misterios y de promesas de peligro, de seres desconocidos, algunos de ellos apenas sugeridos en bosquejos científicos.
La oscuridad del fondo del mar y el color brillante del azul marino quedan ocultos tras el blanco y negro de las fotos de Paolo Pellegrin (Roma, 1966) que entre sus cientos de reportajes, sucesos, lugares e historias retratados, en un momento determinado miró hacia el mar y se detuvo en fotografiar a uno de los animales salvajes que más temor causa en el hombre: el tiburón. Pero Pellegrin lo hace alejándose del estudio de un oceanógrafo, sin atisbos documentales, estas fotos han sido tomadas en un acuario y el fotógrafo está fuera del agua, es un espectador de las evoluciones de los escualos, en grupo e individualmente, en su cotidianeidad. Son retratos, una aproximación posible a unos animales a los que resulta imposible acercarse, a los que nadie sueña con retratar en su hábitat en libertad. Sin duda el temor al tiburón viene dada por la imposibilidad del hombre de dominar su medio, el agua, por la falta de empatía que producen los animales marinos, por la falta de expresividad de sus gestos. El tiburón es el demonio del mar, ante su nombre todos tiemblan, la literatura y el cine le han encumbrado como un animal salvaje y terrorífico, pero las imágenes de Pellegrin, en las que podemos sentir el silencio del agua, nos lo devuelven como un animal ajeno a nuestro mundo, a todos nuestros conceptos, esencialmente libre y solitario, realmente dueño de su territorio.
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