Nuestra ineludible contradicción
Circus, es círculo en su origen etimológico. Círculo destinado a hacer sufrir y reír en la antigua Roma. Un círculo entre la loca felicidad pretendida, y la muerte. Por eso el circo es nómada: abandona, muere, en pos de otra felicidad que a su vez se abandona y muere. Esto fascina, sorprende, estremece.
Mientras que en la antigua Roma el circo se emplazaba en lugares céntricos, nuestros circos pobres transitan por las periferias. Círculos en nuestro país de pobreza, risas y llanto. Sus artistas recorren las tierras subjetivas de nadie y, sin embargo, la gran tribu se sostiene y mantiene su pertenencia como un clan. Este nomadismo entre la falaz felicidad y la tristeza subyacente convoca todos nuestros avatares como sujetos y en ese circuito entre la vida y la muerte nos reconocemos.
La época de la dictadura militar en Chile por su doble cara (represión/impostura) fue un tiempo de circo. Por eso Miss Piggy, a cara descubierta, dejaba entrever el lado siniestro: máscara feliz que vela su masculina pequeñez melancólica. Apariencias que se ajustaban al discurso de la época. Paradójicamente el maquillaje circense permitía ciertos pasos equivocados. No sólo entonces, sino siempre, el circo pobre escamotea el orden convencional subvirtiendo el sistema de jerarquías y rebelándose a la individualidad. Es un grupo autosuficiente, una burbuja subversiva que sobrevive a todas las tormentas: talentos y malabares sostienen una ininterrumpida resiliencia gracias a un código tácito atemporal. Los circos pobres denuncian la pirueta de la pretensión de la felicidad. Siglos de diversión para quienes se reconocen en la conjunción de la risa y de la muerte. Aún hoy, los circos me angustian y, sin embargo, los veo necesarios para exponer nuestra ineludible contradicción.
Mientras que en la antigua Roma el circo se emplazaba en lugares céntricos, nuestros circos pobres transitan por las periferias
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