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Mireya Masó

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paisaje

Mireya Masó. Bahia Esperanza, Antártida series, 2008. Courtesy of the artist.

¿Medir lo inconmensurable…?

“We have found that where science has progressed the farthest, the mind has but regained from nature that which the mind has put into nature.

We have found a strange foot-print on the shores of the unknown. We have devised profound theories, one after another, to account for its origin. At last, we have succeded in reconstructing the creature that made the foot-print. And Lo! It is our own”

(A.S. Eddington. Space, Time and Gravitation, 1920)
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Mireya Masó. Mar de Wedell #19, Antártida series, 2008. Courtesy of the artist.
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Mireya Masó. Mar de Wedell #18, Antártida series, 2008. Courtesy of the artist.

Poco a poco el paisaje desnudo iba adquiriendo más interés despojado de toda anécdota. Las postales que sin duda se sucedían no era lo que me interesaba, tampoco el preciosismo que podía delatar claramente a un artista, ni mucho menos ejercer una autoridad creativa sobre el paisaje: marcar el territorio, por sutil y fugaz que fuera la intervención, sin sentir que hería un mundo de frágil preservación.

Al llegar a la Antártida se quebraba (después de una etapa en la que venia trabajando desde hacia tiempo) la línea que me había llevado a explorar la construcción del paisaje como medio para entendernos a nosotros a través de esa naturaleza artificial que se proyecta en los parques de nuestras urbes. Aquí, la dicotomía entre paisaje y naturaleza parecía clara, salvo por esa fina sutura de la construcción de la mirada.

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Mireya Masó. Panorama, Antártida series, 2008. Courtesy of the artist.

Y lo que apareció en primer lugar no fue un paisaje conformado por volúmenes permanentes y cadencias previsibles, sino un paisaje inestable y difícilmente aprehensible, en continuo movimiento. Buscar la esencia depurando las formas, como Cezanne, no tendría ningún sentido. Porque la esencia no existía sino en un discurrir continuo de fenómenos y enormes masas en movimiento, que barría a cada instante la disposición anterior de sus elementos. Tampoco cabía contemplar tal paisaje con esa mezcla de temor y grandeza romántica de Friedrich: pues aun amenazante, la Antártida se presenta hoy para nosotros como un lugar de curación, el paraíso preservado frente a todos los excesos de nuestra civilización. El tratado antártico supone la única excepción a un mundo en exceso mercantilizado, donde las naciones suspenden su poder en favor de la ciencia.

Así, frente al paisaje desnudo, y despojada yo también de lo que me había acompañado, la experiencia interdisciplinar obligó a tender puentes y centrarse en aquello que compartíamos, es decir, la mirada atenta a los cambios que se sucedían ante nuestros ojos:

“Mireya decidió que viajáramos con dos cámaras.

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