Entre la inocencia y la experiencia
El primer proyecto que hice en la universidad se titulaba Vitalina and Friends. Vitalina tenía 10 años y era la hermana pequeña de una amiga de la facultad. Ella y sus amigos eran todos inmigrantes de la antigua Unión Soviética en Israel, y les solía llevar a pasar tardes de “diversión y fotografía” a los lugares bellos alrededor de mi ciudad. Solían pasar el tiempo en la naturaleza, y yo les fotografiaba con la luz disponible con instrucciones mínimas, primero con mi cámara de 35mm, y luego cambiando a la de 6×6 de medio formato. Me fascinaban sus miradas, que me parecían muy ambiguas, seductoras, incluso. Ya entonces me interesaba el contraste entre su juventud y sus expresiones, que eran muy maduras, incluso de mayores, a veces.
Para mi siguiente proyecto, fotografié un rango de edades, pero seguí fotografiando a niños también. Supongo que los niños y la niñez siempre me han fascinado. Me asombra ver cómo pueden ser a la vez sofisticados e ingenuos, en esa compleja edad entre la inocencia y la experiencia. Mientras que sus cuerpos pueden seguir siendo los de un niño, sus miradas a veces insinúan algo diferente. Intento crear una escena informal, en la que se enfrentan directamente al espectador: una escena de contrastes visuales donde hay una mezcla de información directa y enigmas. Como los parques infantiles, mi lugar particular se encuentra entre lo privado y lo público, entre la ficción y lo documental, y entre la fantasía y la realidad. Para mí, la imagen es sólo la punta del iceberg; es el umbral de una historia que espera ser contada y que intento representar de forma atractiva pero inquietante. Creo que los niños representan con la mayor claridad el tema que más me interesa, que es nuestra habilidad de poseer cualidades contradictorias, como la juventud y la madurez, la fuerza y la debilidad, el cariño y la rigidez, lo raro y lo cotidiano.
Los niños son nuestra esencia como humanos.
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