Nunca como en estos tiempos la diversión se realizaba de una forma colectiva. Grandes espacios que albergan y se compartimentan en historias pequeñas, individuales. Tanto en la naturaleza, lo que queda de la naturaleza, como en medios urbanos; tanto de día como de noche, la gente se agrupa para compartir el tiempo libre. Parece como si todos compartieran el tiempo, las aficiones, un espacio común, y tal vez las mismas aspiraciones sociales.
La mayor parte de la obra de Vitali se ocupa de estos espacios colectivos. Han sido las playas y las discotecas, y también los parques, esos lugares en los que un público masivo deja fuera un cierto pudor para dar rienda suelta a sus cuerpos y a sus necesidades de ocio. El interés sociológico de estos trabajos son evidentes, como también es evidente que se trata de una fotografía característica de nuestro tiempo que comparte con otros unos intereses comunes. La evolución social, en aspectos culturales y también económicos, están presentes en estas imágenes de una manera inevitable, tanto por lo que reflejan como por la forma en que lo hacen. Una forma inevitablemente ligada a la tradición de la pintura clásica pero también a la imagen masiva y popular de una sociedad cada vez más anónima. El aspecto de voyeur que es inherente al fotógrafo alcanza aquí su máxima expresión: el fotógrafo mira, no participa ni de la música y alegría de la discoteca ni de la paz y relajación de la playa. El mira, recoge la imagen, como un documento social totalmente diferente del que pueda captar un periodista, pues aquí no pasa nada. No hay nada excepcional, a la izquierda y a la derecha si pudiéramos seguir viendo más allá de la fotografía, veríamos lo mismo. Se trata de toda esa gente, familias, novios, amigos, que deciden ir un día de sol a merendar al mismo sitio, y, sin conocerse, comparten unos metros de césped, sólo diferenciados por su propia historia, una soledad en compañía. Algo, una vez más característico de la vida moderna.
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