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Mariah Robertson

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Mariah Robertson. 44, 2012. Courtesy of the artist and American Contemporary, New York.

Encantar a una cobra

Hace casi tres años distintas personas me señalaron que parecía haber una coincidencia de artistas trabajando en Nueva York y California en eso que podría llamarse de forma general fotografía abstracta. Tristemente tuve que indicar que apenas había coincidido con esas personas y que no había una comunidad, mucho menos un diálogo. Dando marcha atrás, pude ver dónde se dibujaba un paralelo con la llegada de lo digital relevando a la fotografía de estudio de su límite como documentación y representación. Mi propia tendencia a lo abstracto comenzó hace quince años, cuando lo digital estaba ascendiendo pero no su uso práctico. Delante de mí permanecía un vasto despliegue de tecnologías químicas que se habían ido construyendo durante ciento cincuenta años. Y me costó siglos aprenderlas.

Si no eres un seguidor cercano de la fotografía, probablemente no te haya afectado demasiado el cambio masivo que ha sucedido en los últimos quince años. El tiempo da y quita. La tecnología fotográfica ha estado casi siempre íntimamente ligada al mercado comercial. No hay pintura al óleo equivalente a la BANCARROTA DE LOS LABORATORIOS KODAK. La fotografía tiene, en lo personal, lo comercial y lo artístico, muchas reglas puntillosas sobre el gusto que como lazos invisibles atan e impiden a la mente que haga preguntas analíticas, que creo que se supone que es lo importante de esta vida de incertidumbre financiera y personal preocupada por el arte. Qué reglas sirven y cuáles no es un rico punto de partida. Ok, actualmente estoy trabajando en dos series, espero que en unos años se asienten y tengan sentido. Una es sobre genitales masculinos sobre ilusiones ópticas. ¡Tengo al modelo pelirrojo más glorioso! Cámara digital, vida impresa. También el pasado otoño, rogué a un amigo que me enviara algo de mi estudio mientras estaba fuera. Mi amigo abrió una caja de papel fotográfico no expuesto, unos pocos metros cuadrados. Cuando llegué a casa lo mojé y lo regué con química. Sin imagen, totalmente una zona pictórica abstracta, pero no una aplicación de pigmento, sino reacciones químicas en el papel. Es como encantar a una cobra.

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Mariah Robertson. 56, 2012. Courtesy of the artist and American Contemporary, New York.
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Mariah Robertson. 41, 2012. Courtesy of the artist and American Contemporary, New York.

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