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Magali Lara

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Fragmento de: Magali Lara. Eso (1.7a), de la serie No quiero hablar de eso, 2017. Cortesía de la artista.

Dibujos

A veces se nos olvida que una pintura, como dijo famosamente Maurice Denis en 1890, “antes que ser un caballo de batalla, una mujer desnuda o una anécdota cualquiera, es esencialmente una superficie plana cubierta de colores acomodados en un orden determinado”. Lo que es más importante aún, es que se les olvida a muchos pintores que de eso se trata: de dejar que se encuentren los pigmentos y la tela –el todo y la nada. Y no, como algunos quieren hacernos creer, todavía, de un acto de magia que convierte habilidosamente la tela en espejo –Narciso y su reflejo. El pintor que sabe de antemano a dónde quiere llegar exactamente es un pintor de esos contra los que estaba Maurice Denis. Se puede tener, más o menos, una idea de lo que se quiere pintar y, más o menos, una intuición de cómo podría conseguírselo y con qué colores. Y el resto es inevitable, como el principio del mundo, de un mundo. Magali Lara sabe esto mejor que nadie. Y por eso cuando uno –o sea, yo– ve sus cuadros le entran unas ganas locas de ponerse a pintar, aunque nunca lo haya hecho en la vida; porque lo que hay ahí es puro goce –y no necesariamente alegre, tan sólo un “punto de alejamiento”, como diría Lacan.

En los dibujos de Magali Lara esto es clarísimo: más que objetos, lo que muestran son dinámicas

Lo que encontramos, pues, ha resistido la civilización; es su propio, a ratos salvaje, universo. Uno –es decir, yo– no entiende cómo llegó la artista hasta allí, porque no parece haber una lógica, o la hay, pero es la lógica del garabato, en todo caso –y, por favor, concedámosle el lugar más alto a este modo de proceder, sobre la servilleta o el lienzo, da igual, que lleva a las formas a emerger, no como ideas solidificadas, sino como planteamientos líquidos, que van adueñándose, a ciegas, del espacio. La artista no aporta, así, la cabeza, sino el cuerpo, la mano que baila, que reajusta sus pasos sobre la marcha. Sin negar, desde luego, lo que Michaux llamaba la “función imaginogénica”; esto es, no se trata de abstracción; tampoco de figuración como tal, aunque haya figuras, pero figuras que no dicen nada y que no dejan que digamos nada sobre ellas, aunque estemos tentados a hacerlo; aunque les veamos cara de cosas (de hígados, de intestinos, de células, de plantas, de planetas, de bocas).…

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