Decir por qué me gusta esta fotografía conlleva cierto riesgo. Usualmente creo saber por qué me siento atraído por una imagen en particular, pero en el fondo lo desconozco. Creo que lo más importante de una imagen está en las tensiones que se generan entre lo que muestra y lo que oculta, en lo que la hace más palpable, en lo que intuimos pero no vemos. Eso, que de alguna forma desconcierta, es un breve momento de pérdida de mí mismo, un momento en donde la frontera entre la imagen y mi “yo” se diluyen.
Una imagen que me afecta es, al parecer, un reencuentro con sensaciones pasadas, inesperadas y hasta cierto punto, incómodas. Una imagen ante la que se tiene la sensación de que lo que uno está viendo no proviene de lo que uno está viendo, como dice Morton Feldman.
La imagen es así siempre un acertijo que nos aborda y habita, que irrumpe inesperadamente en nuestro laberinto mental, ese laberinto hecho a partir de experiencias, deseos, fracasos, gozos…, un laberinto siempre en proceso y, por lo tanto, imposible de encontrarle salida o certeza con respecto al recorrido efectuado.
Una imagen que me afecta es, al parecer, un reencuentro con sensaciones pasadas, inesperadas y hasta cierto punto, incómodas
En las imágenes de esta mujer, ataviada con un sari tradicional y elegantemente adornada con múltiples joyas, existen latentes sensaciones que permiten aflorar ciertas emociones que me conectan con experiencias pasadas: mi deseo por recibir una mirada femenina, por rozar labios lejanos, por vislumbrar mis fantasmas. Me veo frente a la incertidumbre que puede generarme la idealización de una mujer; que me hace percibir mi fragilidad ante su enigma, su vitalidad, su serenidad o dulzura. Me veo arrebatado ante una belleza deslumbrante, enceguecido, de pie, con una mezcla de espanto y deseo, sin poder articular palabra alguna.
Es el silencio de su mirada lo que me ensordece. Es en esa parálisis momentánea de mis sentidos que reside mi fascinación ante esta imagen.…
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