Walker Evans, la poética de los objetos comunes
Saint Martin, West Indies, 1974 o Untitled, fue posiblemente una de las últimas fotos tomadas por Walker Evans antes de morir. Y es una de las fotografías predilectas de mi colección.
En los últimos dos años y medio de su vida, Evans utilizó la novedad de Polaroid X70 como un juguete. Las fotografías que hizo son Walker Evans puro; a veces composiciones simples, otras complejas, pero siempre perfectas, recortadas sin piedad, desde el objetivo.
Evans decía: “nadie debe tocar una Polaroid hasta que tenga más de sesenta años”. Enfermo y divorciado, cuando vemos sus fotos que combinan la alegría de vivir en el contexto de un gusto refinado, resulta obvio que algunos instrumentos solo deben caer en manos de un “artista”.
En su adolescencia, cuando Evans soñaba con ser un escritor, estuvo en París en ambientes literarios. Sin embargo, pronto descubrió ser más apropiado para la fotografía. Pero en el crepúsculo de sus años escribió el último capítulo de la historia de su vida: esta colección de Polaroids. Además de ser en color —del que siempre renegó—, estas imágenes delicadas, sardónicas y agridulces, cumplen con creces sus primeras aspiraciones, con toda su prosa directa, y aforística.
A un fotógrafo no debe notársele el esfuerzo. Se puede filosofar en zapatillas, como para andar por casa, tranquilamente, poniendo en la toma el mundo como es. La fotografía solo puede conservar su influencia, su fuerza de convicción, si se aplica a objetos de la vida y del mundo para mostrarlo tal y como es. Si se piensa, está utilizando una película desechable para filmar una cultura ampliamente descartada.
Con imágenes borrosas que flotan como fantasmas dentro del marco, Evans captura un anhelo que permanece ante la obsolescencia.…
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