Lo que ocurre en realidad
La transformación de mi cuerpo en un objeto ocurrió por primera vez en 1973 en Finlandia. Había estado en una playa en el Mar Báltico con mi esposa cuando se me ocurrió que podía hacer una imagen de mi espalda en el agua. Mi forma de hacer fotografías era el reverso del retrato normal. La cámara permanece quieta mientras yo –como sujeto de la imagen– me movía tratando de descubrir el lugar decisivo (como algo opuesto al ‘instante decisivo’) donde debía estar cuando el obturador disparase. En mi obra, nunca veo la imagen, solo la cámara lo hace. Entonces, no tuve forma de saber que la arena caliente se pegaría a mi espalda mojada y aparecería como lo hace. Pero esta es la magia de la fotografía, siempre conectada con la sorpresa. En la imagen impresa, mi espalda podría ser tanto una lápida o un poste de amarre para los pesqueros como las tablas abandonadas de los diez mandamientos o un pene volador que había aterrizado en aguas profundas.
Cuando comencé a dirigir la lente a los paisaje sin mí en 1971, no conocía el trabajo de Lucas Samaras –al contrario que Coplans, que esencialmente utilizó mi idea como base de su trabajo doce años después. Por su parte, Samaras, que comenzó dos años antes de que yo lo hiciera, alteraba la imagen física y químicamente para lograr esas extrañas transformaciones de la forma humana en gelatina. Pero mi trabajo nunca fue manipulado. Es lo que es, fotografía documental, lo que ocurre en realidad es lo que sucede delante de la lente.
Siempre he estado al acecho de las transformaciones y de los descubrimientos de algo bello que las acompañan y que pueden hacerlas parecer sin esfuerzo. Las plantas de mis pies elevadas hasta el borde de una mesa de picnic no son un trozo de tarta (Bowtie Junction, Vermont, 2005), pero la pajarita que se presentaba ante mi cámara seguramente provocó una sonrisa en mi cara cuando procesé el negativo cerca de tres meses después.
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