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Justine Kurland

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Justine Kurland. Tomatoes, 2002. © Justine Kurland; Courtesy of the artist and Mitchell-Innes & Nash, New York.

Jardín y comunidad

«¿Por qué los seres humanos han sentido a lo largo de la historia la necesidad de construir jardines? Hay muchas posibles respuestas a esta pregunta, que se halla en el origen de nuestra investigación, pero la más sencilla es que los humanos crean jardines porque les proporcionan bienestar. El hecho de que se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos. Ese es su propósito, su razón de ser: aunar arte y naturaleza creando belleza, la cual es promesa de felicidad. Del mismo modo que la eudaimonía (εὐδαιμονία), era, para Aristóteles, los estoicos y otras escuelas filosóficas, indisociable de la práctica de la areté, el ejercicio de la jardinería requiere paciencia, perseverancia, humildad, esperanza y un amplio repertorio de virtudes específicas. Un jardín exige constancia por más que esté siempre cambiando. Tal vez eso explica por qué, como señaló el poeta culterano del Siglo de Oro Francisco de Trillo y Figueroa, en los confines del jardín cabe todo el espacio del mundo.

   Muchos de los placeres físicos y los beneficios psicológicos que depara un jardín: serenidad, libertad, reposo, inocencia,… constituyen ingredientes esenciales de una buena vida. Sea cual sea esa receta, hay una corriente subterránea, un vínculo secreto que une la felicidad con el jardín desde los inicios de la civilización (Paraíso Terrenal, Edén, Campos Elíseos, Jardín de las delicias,…) y que convierte a estos en islas de perfección, fragmentos del paraíso, oasis de verdor. La utopía se respira en todos los jardines del planeta. Y el hecho de que, como observa Karel Capek, los jardineros vivan para el futuro, presta fuerza a esta idea. Sin riesgo de exagerar, podríamos afirmar que el jardín es por derecho propio un espacio utópico. Si, como sugiere Northrop Frye, el pensamiento utópico está menos interesado en alcanzar fines que en visualizar posibilidades, el jardín, en verdad, permite vislumbrar, entrever y apreciar lo que podría ser pero todavía no es, así como lo que pudo ser. Y en este sentido, contribuye a mantener viva la promesa de un futuro mejor, que irónicamente a veces se convierte en la aspiración de un regreso a la Arcadia, donde, como escribió Arthur Schopenhauer parafraseando a su vez a Friedrich Schiller, todos hemos nacido.

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