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Josep Maria Albero

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Josep Maria Albero. Aigua. Mirada 8, 1965. Courtesy of the artist and Arxiu Municipal de l’Ajuntament de Terrassa.

Cronista del agua

En los años sesenta había dos corrientes aparentemente encontradas en la fotografía. Por un lado, los fotógrafos de lo real, comprometidos con su tiempo, de sensibilidad neorrealista, observadores de las pasiones humanas, de las cuestiones sociales. Los otros, los formalistas modernos, que seguían las corrientes de vanguardia centroeuropea basculando entre el estilismo constructivista y la plasticidad expresionista. La discusión estética era vehemente y la justificación de las posturas exigía incluso un posicionamiento ético. ¿Quién podía entretenerse con la belleza habiendo tanto misterio que resolver en pos de la vida del ser humano?

Su trabajo indica que no hay modelo más concreto que el agua

Josep Maria Albero. Aigua. Mirada 5, 1965. Courtesy of the artist and Arxiu Municipal de l’Ajuntament de Terrassa.

Albero empezó a hacer fotografía de muy joven y poco a poco su sensibilidad fue apartándose del reportaje. Pertenecía a un grupo, El Mussol, formado por fotógrafos de muy diferente personalidad, pero ninguno como él. Mientras sus colegas estaban pendientes de “la calle”, Albero se decantaba tempranamente por “la abstracción”. Aunque no le gustara etiquetar su obra como abstracta, dado que no pretendía en absoluto alejarse de la representación de lo real. Sus amistades pertenecían a otros mundos en los que la fotografía era principalmente narrativa. Joan Colom, Renzo Tortelli o Mario Giacomelli, admiraron su fotografía en blanco y negro, cuyas copias de fuerte contraste, soporte rígido y papel brillante semejaban lascas de mármol negro veteado de blanco destacando por su originalidad en las exposiciones colectivas.

El interés del líquido como sujeto de la imagen se encuentra en su capacidad de devolver la luz en los reflejos y su ductilidad

Illustration
Josep Maria Albero. Aigua. Mirada 1, 1965. Courtesy of the artist and Arxiu Municipal de l’Ajuntament de Terrassa.

Su terquedad monotemática es un fenómeno difícil de igualar. Su dedicación, su persistencia, su búsqueda aparentemente invariable a lo largo de los años, nos hacen pensar inmediatamente en él como fotógrafo del agua. Todas sus fotos son la misma, aunque en su origen fueran motivadas por una voluntad tenaz de captar los sutiles cambios del elemento líquido. Su trabajo indica que no hay modelo más concreto que el agua. Cualquier variación que podamos observar en el resultado de la imagen es consecuencia directa de la pura descripción de lo que “allí” está ocurriendo.

El interés del líquido como sujeto de la imagen se encuentra en su capacidad de devolver la luz en los reflejos y su ductilidad para amoldarse a las formas inverosímiles de la agitación en el espacio, la desintegración en la caída al vacío, las texturas superficiales, las ondas como gráficos, o la atomización y multiplicación evanescentes.…

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