Considerándose un hombre moderno, el compositor Oliver Messiaen salía en sus paseos por el campo acompañado de un magnetófono. En realidad la idea no fue suya, sino de su mujer, a la sazón mucho más práctica, porque si por él hubiera sido habría seguido trabajando sólo con el lápiz y el papel. Además, lo de la grabadora tenía sus inconvenientes, porque mecánica ella, no discernía y recogía, insensible, todos los ruidos de alrededor, la brisa a través de las ramas de los árboles, el crujir de las hojas secas y al fondo, el trino de los pájaros. Él se sentaba en una piedra bajo un árbol y paciente, esperaba sonsacar a la naturaleza el secreto abstracto de la música. Los cantos casuales de los pájaros se posaban en el papel pautado en forma de fusas, en un camino cifrado de saltarines puntos negros convertido en la clave que consentía escuchar, después al piano, el murmullo de la naturaleza sin necesidad de tener que estar en ella.
Un catálogo paciente de pájaros, observados con la misma reverencia, es lo que nos ofrece Jochen Lempert en sus fotografías. En clave de blanco y negro, de ella emergen nítidamente el pico primero, indiscutible, con cientos de posibilidades. El cráneo pequeño, frágil como un chasquido, en él, un ojo quieto y oscuro, y las plumas desdibujando suavemente su silueta. Sin artificios. Con la sencillez que busca un estudioso que quiere comprender el sujeto de su investigación, Lempert, de formación biólogo, fotografía desde la vulgaridad urbana de las palomas, hasta el sofisticado traje de un tucán. La máquina que acompaña al artista esta vez es un cámara. La fidelidad con la que ésta capta cada detalle de la realidad, se ve después tamizada por una manera de entender el acabado final de la obra con lo aterciopelado del carboncillo y la cálida porosidad del papel. Lempert consigue disolver la artificiosidad del proceso fotográfico que nos separa como espectadores de lo que él contempla, involucrándose en él profundamente, revelando y positivando él mismo, hasta convertirlo, paradójicamente, en un puente hacia la naturaleza. Porque Lempert parece entender la fotografía como un proceso de creación paralelo al que la naturaleza realiza, y estudia sus recursos técnicos, físicos y químicos que consiguen dar a luz la criatura de la imagen, así como observa a los pájaros y el misterio de su creación y evolución; los únicos seres que comparten dones con los ángeles: cantar y volar.
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