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Jim Goldberg

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felicidad

Jim Goldberg. Detalle de Elizabeth M., 1983. Courtesy of Jim Goldberg Studio, Stephen Wirtz Gallery, San Francisco and Pace/MacGill Gallery, New York. 

El dinero no da la felicidad

¿Cuál es la relación y la diferencia que existe entre ricos y pobres? Se dice que el dinero no da la felicidad, pero ciertamente tampoco la quita. En esta serie que Goldberg realiza en los 80 en una sociedad norteamericana cargada en exceso de diferencias sociales, aparecen ricos y pobres, jóvenes y viejos, solos y en pareja, incluso en familia, niños, adultos y ancianos, que escriben con su propia letra el pie de foto. Juzgan la imagen que ha resultado (“¡Muy bien! creo que aparecemos en un hermoso entorno”; “Esta imagen trata de tener todo lo que yo quiero”); hablan de quienes son, de quienes creen ser, de lo que echan de menos y también de la soledad y de la vejez.

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Jim Goldberg. Mitzi Cohen, 1982. Courtesy of Jim Goldberg Studio, Stephen Wirtz Gallery, San Francisco and Pace/MacGill Gallery, New York.
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Jim Goldberg. Oj & Arthur Dettner, 1982. Courtesy of Jim Goldberg Studio, Stephen Wirtz Gallery, San Francisco and Pace/MacGill Gallery, New York.

En eso no hay gran diferencia entre ricos y pobres, la vejez se vive con y sin dinero, aunque tal vez con dinero se tenga menos miedo a esa soledad inevitable y se lamente más sentirse alejado de la vida, de la belleza, del uso de lo que se tiene. Los pobres solitarios, sobre todo las mujeres, tienden a unirse, a vivir juntos, a compartir. Los ricos no, los ricos tienden a la soledad, a la jaula de oro, a enumerar sus privilegios y posesiones.

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Jim Goldberg. Vickie Figueira, 1982. Courtesy of Jim Goldberg Studio, Stephen Wirtz Gallery, San Francisco and Pace/MacGill Gallery, New York.
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Jim Goldberg. The Goldstines, 1981. Courtesy of Jim Goldberg Studio, Stephen Wirtz Gallery, San Francisco and Pace/MacGill Gallery, New York.

Goldberg compone un friso a veces terrible, a veces absurdo, siempre patético, un retrato aparentemente amable en el que colaboran todos los retratados, pero la superposición de definiciones (“Tenemos un gran estilo de vida; somos aristocráticos, bien alimentados, una pareja civilizada y culta; nunca he trabajado ni un solo día en mi vida”; “Adoramos los aviones privados, los yates lujosos, los coches y las vacaciones”; “Tengo poder porque soy una buena persona…”), la ostentación primaria de ese bienestar se convierte en algo abrumador, en casi un insulto. Hasta los niños confiesan tenerlo todo y asumen un final: “Tengo suerte”. Ellos se lo han encontrado todo hecho y sus mayores les miran con orgullo: “No sabemos adónde podrá llegar”.…

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