Una biografía propia
Todas las vidas eran lo mismo, decía la madre, excepto para los niños. Sobre niños no sabías nada.
Marguerite Duras, La lluvia de verano.
Es verdad, decía el padre, niños, no sabéis nada.
Empecé hace alrededor de diez años a fotografiar niños. En aquella época, acabábamos de comprar una casita vieja en el punto más al oeste de Berlín, cerca de la frontera polaca. Mi hija y sus amigos jugaban todo el día en el jardín encantado de aquella casita. De repente percibí la fuerte y misteriosa existencia de aquellos niños, y pensé que debería buscar imágenes que plasmaran esa impresión. A veces utilizaba un especie de atrezzo para las fotografías, como la espada con la que jugaba Tommi, el pescado que comeríamos más tarde, o la vieja chaqueta que Jakob encontró en el ático.
O el pozo era muy profundo, o ella caía muy despacio; porque tuvo tiempo de sobra, mientras descendía, para mirar entorno suyo y preguntarse qué ocurriría a continuación.
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas.
En el 2002 estaba trabajando en Moscú con una beca de residencia. Allí hice una serie de fotografías representando niños de varias instituciones infantiles, como orfanatos o campamentos de verano. El carácter de estos retratos ya no era privado: los niños eran más serios, no había atrezzos ni juegos. Allí reconocí que me interesaban especialmente aquellos niños que ya tenían una biografía, como los huérfanos –ya tienen una historia que contar, parecen ser responsables de un modo que no es infantil.
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