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Hans Bellmer

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Hans Bellmer. Untitled (Unica Bound), 1958.

Nuestro abismo

El miedo es algo instantáneo, que nos hace huir, escondernos o gritar pero también hay miedos quedos que nos acompañan toda la vida, los fantasmas interiores, los que se enquistan a veces, el subconsciente que traiciona y que para los surrealistas fue alimento y fin último. A este movimiento se incorporó Hans Bellmer (Katowice, Polonia, 1902 – París, 1975) tras su llegada a Francia huyendo del ascenso del nacismo de 1933. De nuevo el miedo, no sólo de un régimen autoritario sino de su propio padre que había desatado su ira contra sus juegos infantiles. Die Puppe fue el resultado de esta represión, una muñeca articulada de 1,40 m de altura, entre niña y mujer que construyó y fotografió entre 1934 y 1938.

Más allá del miedo embalsamado de la escultura, de un miedo eterno y permanente, las instantáneas de Bellmer congelaron el instante de sumisión de un ser vivo, su musa atada, fotografiada y finalmente expuesta al público para la portada del nº 4 de Surréalisme même (1957).

Personal e intransferible, así es el miedo, arrasa todo tipo de razón, nos convierte en monstruos y se nos enquista pero, antes de perder la cabeza y acabar en un manicomio hay un espacio de confinamiento posible, un espacio fotográfico donde representar estos límites de la mente humana, entre la cordura y la vida, entre la realidad y las pesadillas, entre la obsesión y el control, una fina línea en la que se mueve el arte desde que los surrealistas como Bellmer dieran rienda suelta a este subconsciente. Fotografías que revelan nuestros traumas, nuestras vergüenzas, nuestros deseos primarios e incontrolables, nuestro mayor enemigo, nuestra mente.

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