Post-México en X-Paña
Tal vez la mejor máscara sea disfrazarnos de nosotros mismos. Esa máscara que se ajusta perfectamente sobre nuestra cara, que vestimos con comodidad y sin esfuerzo. Ese es uno de los hallazgos, tal vez no premeditados, incluso tal vez no asumidos absolutamente, de las performances de Guillermo Gómez Peña. Nacido en México, Gómez Peña es uno de los performers más conocidos de Latinoamérica, y sus acciones tienen la fuerza de una raza en continua disolución, en permanente reafirmación, en una infinita recapitulación y crítica. Todo su trabajo gira alrededor de dos ejes: el sexo y la raza, y se alimenta en cada uno de sus cruces, como en la identidad, la reafirmación sexual, la violencia, la tradición visual de los símbolos raciales y, por supuesto la frontera. La border como se dice a este –y al otro– lado de esa línea de fuego que separan fragmentos de tierra idéntica en las que viven razas enfrentadas, en las que la violencia sabe distinguir perfectamente el género, donde una tradición de sangre y miedo sigue viva y realimentándose cotidianamente.
Las performances de Gómez Peña tienen ese contrapunto dramático y barroco de un color saturado al hacerse fotografía, donde el rojo y el negro, los colores de la muerte, del dolor y de la sangre, resaltan sobre todo lo demás, junto con la fuerza de los cuerpos, siempre fuertes y bellos como lo prohibido, como lo profanado, en un enfrentamiento entre el miedo y la seguridad, entre el cuerpo temible del hombre y la belleza sagrada del cuerpo de las mujeres. Palpita la violencia, y la ausencia del color en las fotografías de Chicanarian nos traslada al delito ya cometido, a la narración más que a la realidad de una violencia aún más aterradora por la sensación de ya realizada y anulada cualquier belleza que hubiera en unos cuerpo ya fríos, congelados, transterrados a otro lugar mucho allá de la border.…
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