Imágenes de la ciudad
María Graciela del Carmen Iturbide Guerra nace en Ciudad de México en 1942. Una ciudad en la que no hace falta la imaginación, con mirar alrededor es suficiente. Suficiente para escribir, para cantar, para hacer cine y, desde luego y sobre todas las cosas, para ser fotógrafo. Graciela Iturbide es hoy posiblemente la fotógrafa mexicana viva más reconocida internacionalmente y querida locamente. Ella quería ser escritora, quería hacer cine. Pero la fotografía se cruzó en su camino, conoció a Manuel Álvarez Bravo, que fue su maestro y con el que trabajó. La suerte estaba echada. Ese fue el principio de una historia que hoy sigue todavía abierta.
Esta breve selección de algunos de sus primeros trabajos ha sido hecha por ella personalmente, con esa “insistencia” que la caracteriza. Todas estas imágenes son de una primera época en la que todavía no habían sucedido dos de los hechos que más influirán en su trabajo. Aún no había entrado la tragedia en su vida, y todavía no había conocido a Francisco Toledo y había viajado a Oaxaca, algo que marcaría su fotografía para siempre.
La fuerza de las personas siempre ha sido el eje de sus fotos, así como el asomo de unas líneas rectas, la geometría de las cosas.
La fotografía más antigua es de cuando ella tenía 27 años, en 1969, Ciudad de México, un retrato de una mujer en una cantina, sola, en una mesa con una pared pintada detrás. Es una de las imágenes más famosas e icónicas de toda su carrera. Entre esta primera etapa, entre estas primeras fotos y su producción posterior —sus mujeres de Juchitán, su trabajo sobre Frida Kahlo, sus retratos y su mirada del paisaje, del cielo (y los pájaros), y más recientemente sus paisajes vacíos y geométricos de la ciudad— hay ciertas similitudes, raíces que han ido creciendo y desarrollándose. En primer lugar, el uso del blanco y negro como vía prácticamente única en toda su obra. Es su forma de editar el retrato con la mirada, mientras lo hace directamente de la realidad. Su capacidad de, alejándose del exceso, del color espeso de la ciudad, a través del blanco y negro, dejar espacio para esa tragedia que sobrevuela el ambiente, esa soledad; y, al mismo tiempo, una forma de mirar desde afuera que dignifica aquello que fotografía.…
Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO
Suscríbete