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Felipe Hernández Cava

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Robert Frank. Indianapolis, 1955. Courtesy of the artist.

Uno de mis fotógrafos preferidos de todos los tiempos es Robert Frank, al que los que quieren rebajarle un poco lo descomunal de su figura suelen adjetivar como fotoperiodista, que es como venir a insinuar que la relación evidente entre sus imágenes y lo que convenimos en aceptar como la realidad le restara a sus trabajos un ápice de su innegable trascendencia.

Fue Robert Frank, que ha fallecido recientemente, una de esas miradas privilegiadas que interpretaba las imágenes siempre en blanco y negro, como le sucedía también a aquel gran director cinematográfico de fotografía, Russell Metty, que, hasta cuando sorprendía con su tratamiento del color (Escrito en el viento de Douglas Sirk, por ejemplo), se percibía que estaba desenvolviéndose entre los planos de sombra y lo que media entre ellos.

Y no fue, como sí lo fue en cambio su maestro, Walker Evans, también brillante fotoperiodista, alguien que persiguiera reflejar las cosas no como son sino como deberían ser una vez despojadas de su apariencia.

Lo que más me atrajo siempre de él fue la intuición para saber, cada vez que centraba sus ojos en el visor de la cámara, cuál debía de ser la distancia de respeto a establecer con lo que estaba capturando

Pero, con todo y ello, lo que más me atrajo siempre de él fue la intuición para saber, cada vez que centraba sus ojos en el visor de la cámara, cuál debía de ser la distancia de respeto a establecer con lo que estaba capturando, una medida en la que he visto naufragar, a menudo por narcisismo, a tantísimos fotógrafos en los que es notoria la voluntad de imponerse.

De ahí que me parezca grandiosa esa imagen de su libro Los americanos en la que el centauro y su pareja se muestran contenidamente orgullosos de sí mismos y, por añadidura, de su negritud, pero no tanto, conscientes del lugar en que se encuentran, como para mirar todavía desafiantes, y hasta con un punto de exhibicionismo, al objetivo que los enfoca.

Es como la imagen, o así lo interpreto yo, del despertar de algo que bulle en la esencia de los dos, la añoranza de un tiempo acorde con un sueño, a la que, como siempre quiso Robert Frank, el testigo respetuoso que nuestro fotoperiodista fue presta auxilio con su recurso al contraste radical entre el blanco de la esperanza y el negro de la desesperación.…

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