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Victoria y derrota

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Tracey Moffatt. Fourth (No. 1), 2001. Colour prints on canvas 36 x 46 cm. (detail) Courtesy L.A. Galerie, Frankfurt

Vencer o Morir

El credo del olimpismo antepone la competición a la victoria, la lucha al triunfo y la pelea a la conquista, pero ese idealismo de Pierre de Frédy, barón de Coubertin, hace mucho que dejó de coincidir con el sistema de valores que caracteriza a los espectáculos deportivos -que en nada habría que asociar con el deporte- en los que ganar es una prioridad compulsiva y perder es perderlo todo.

Antes de encarar el Tour de Francia en el que podía incrementar su leyenda con una sexta victoria consecutiva, el ciclista norteamericano Lance Armstrong hizo unas declaraciones en las que el titular más llamativo era su consideración de que “morir y perder es lo mismo”: tal es la moral que hoy yace en buena parte del deporte de elite y que lo coloca frente a un abismo que, por otro lado, es altamente rentable. La competitividad a vida o muerte, tan paradigmática de este mundo globalizado en el que nos encontramos, es, en efecto, el modus vivendi de unos superatletas en los que el ideal del yo y el auténtico yo están empujados a ser una misma y deslumbrante cosa, mientras que a los perdedores, en el mejor de los casos, no les queda más que el halo romántico, en creciente decadencia, con que algunos artistas tienden a investirlos para consuelo de nosotros el común de los mortales.

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Robert Davies. David Beckham, England vs Argentina, 1-0 (Group stage), 7th June 2002, Sapporo Dome, Japan. From the series Epiphany. Courtesy of the artist

Aut vincere aut mori (O vencer o morir), lejos de ser la divisa honrosa del clásico, es el lema publicitario con que las marcas patrocinadoras empujan a sus pupilos a llegar más alto, más lejos y con mayor rapidez de lo que jamás pudieron hacerlo los dioses, aunque sea a costa de convertirlos en anuncios vivientes de las posibilidades de la farmacopea y de la genética sobre las limitaciones anatómicas. Y aut vincere aut mori algún día, cuando lo decida la sociedad del entretenimiento capitalista, debería ser llevado a sus últimas consecuencias, como ya apuntase Norman Jewison en su película Rollerball (1975), donde el éxito de aquella prueba que sintetizaba varios deportes (lucha, rugby y patinaje, fundamentalmente) consistía básicamente en triunfar a costa de matar a los competidores. En ese deporte del futuro la vida media de un jugador era de dos partidos.

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Robert Davies.

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