Repetición y diferencia. Entrevista con José Ramón Amondarain
Siempre te has definido –o te han definido– como pintor, ¿cuál es tu relación con la fotografía?
Ser pintor es pensar en pintura. La pintura es parte de mí y continuamente tengo una especie de programa abierto en torno a la misma. Ser pintor está en su modulación. O sea que la fotografía, la escultura, el vídeo, etc. pueden entenderse como variaciones de tono en la pintura.
Entiendo que todos tenemos relación con lo que se entiende como fotografía. Todos los artistas la utilizamos de alguna manera. Desde muy joven la fotografía fue para mí algo maravilloso. Así que cuando en la facultad nos enseñaron a revelar, apareció para mí una nueva forma de ver y confeccionar imágenes. Piensa que las imágenes surgen tanto en los procesos de revelado y positivado, como a través del ordenador.
Cuando hablas de la fotografía y su proceso, ya sea analógico o digital, casi pareces describir una “revelación” en todos los sentidos de la palabra, una imagen que se crea a sí misma y se descubre, un momento que podríamos calificar –como tú mismo haces– de mágico o maravilloso. ¿No sucede lo mismo con la pintura? ¿Hay alguna diferencia con la forma en que se construye la imagen pictórica?
Maravilloso porque en 1980, desde la posibilidad de lo doméstico, sólo se podían capturar imágenes con una máquina fotográfica analógica. Recoger los positivados de mis carretes era emocionante. En la pintura los espacios de espera son intrínsecos. Picasso apenas utilizaba pintura. Le sobraba todo lo que le impidiera ser ágil. Sin embargo una pintura siempre arrastra su tiempo. Gerhard Richter dice que nunca se debe mostrar el sudor en un cuadro. Según él la pintura debe mostrarse como una especie de aparición. También, dice, como una imagen.
La pregunta es compleja porque hay muchas formas de construir una imagen pictórica. Muchos siglos, mucha historia, muchas formas de pintar, de entender la pintura y de construirla. Yo diría que más bien son dos formas muy distintas de construir y de relacionarse físicamente con lo que se tiene entre manos.
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