Me acerqué a la fotografía siendo adolescente: el padre de un compañero de colegio nos dejaba acompañarle mientras revelaba en el trastero. Al poco tiempo decidí que quería ser fotógrafo y pronto conseguí vender mis primeras imágenes. Al finalizar la secundaria, mis padres insistieron en que –hiciese lo que hiciese después– estudiara una carrera universitaria. Elegí, un poco al azar, la Facultad de Arquitectura al enterarme de que allí existía una asignatura de fotografía.
Durante la universidad, mi entusiasmo hacia la fotografía fue menguando conforme aumentaba mi fascinación hacia la arquitectura. Terminé la carrera cum laude y me mudé a Barcelona para trabajar como arquitecto en el Estudio Martorell-Bohigas-Mackay. Años más tarde, gané una beca de investigación sobre la arquitectura contemporánea española y para realizar el trabajo tuve que volver a tomar fotografías. A raíz de esa experiencia empecé a pensar que quizás podía ser arquitecto utilizando una cámara en lugar de un lápiz.
Tras experimentar una y otra vez la distancia abismal que existe entre una arquitectura y su representación fotográfica, me di cuenta de lo absurdo que resultaba perseguir una descripción objetiva de una realidad tridimensional. Un edificio se conoce sólo visitándolo, por lo tanto la razón de ser de la fotografía de arquitectura no puede residir en su –además muy relativa– capacidad documental. Su poder radica en la credibilidad que le otorgamos: la propensión instintiva a creer que lo que estamos viendo en el papel o en la pantalla existe tal y como lo estamos viendo, convierte a la fotografía de arquitectura en una formidable fuente de sugestión e inspiración. Eso permite construir una arquitectura personal que, aun teniendo la realidad como punto de partida contiene grandes dosis de ficción. Está en la capacidad y la creatividad del fotógrafo-arquitecto aprovechar esta condición para sugerir, subrayar, estimular… intentando –eso sí– no traicionar el espíritu de las obras que retrata. En el ejercicio de mi profesión he tenido la oportunidad de apropiarme del trabajo de muchos grandes maestros –desde Álvaro Siza a Rafael Moneo, desde Herzog & de Meuron a Enric Miralles– y al hacerlo, por momentos, he sentido el placer de estar proyectado junto a ellos.…
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