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Dionisio González

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Aldo van Eyck. Playground at Laurierstraat, Amsterdam, 1965. Cortesy of Ed Suister.

Para Kevin Lynch las partes traseras de los edificios, desvencijadas e informales, donde los objetos pasan camino de la extinción, poseen una fuerte expresividad porque son zonas liberadas que escapan al órgano de poder y nos eximen de una comunicación y conducta calculadas. Son lugares irregulares expuestos a la transitoriedad. Su valor reside en la incerteza de su posesión y la evidencia de su efimeridad. En ellos, la declinación y el deslustre impulsan el deseo de ocupación antes de abordar las mejoras que se prevén. También es espacio para el disfrute de destruir. Destruir es un placer innegable pues procesa el estadio en el que las cosas se nos someten. La antropología nos dicta que quien pretenda saber lo que nos reserva el porvenir no debería perder de vista los terrenos baldíos, los escombros y las obras de construcción.

El arquitecto Aldo van Eyck sostenía que la ciudad recompensa lo que tiene sentido, ya sea o no deliberado

El arquitecto Aldo van Eyck sostenía que la ciudad recompensa lo que tiene sentido, ya sea o no deliberado. Lugares desocupados que no tuvieran gran valor comercial, terrenos marginales, ejes que intersecten procurando espacios anodinos podían corregir una deficiencia inherente a la ciudad: los recintos de juego infantil. Ver la ciudad completa convertida en un espacio de juego fue el proyecto que el arquitecto desarrolló en la ciudad de Ámsterdam entre 1947 y 1978. Según los estudios de Francis Strauven el arquitecto holandés llegó a construir 736 playgrounds. Van Eyck que admiraba a Martin Buber coincidía con éste en que dar y recibir signos es algo que no cesa en el umbral del mundo de los negocios. Johan Huizinga diferenciaba el homo faber del homo ludens, y el niño es el que mejor representa al último pues su universo es desinhibido y desvergonzado, conceptos plenamente recreativos. Después de la guerra sólo el mundo de los niños revelaba esperanza porque la edad adulta era, en esos momentos y ya quizá por siempre, decisivamente imposible.

El recinto infantil en Laurierstraat, creado por Van Eyck, y reflejado en la fotografía de Ed Suister en 1965, más allá de los ejes de simetría planos o de simetría especular, refleja un mundo rotacional donde los niños transgreden las reglas y sus cuerpos invertidos eluden cualquier conducta fijada en objetivos. Porque en un recinto/mundo/hogar, por ajado que se encuentre, el niño, como decía Hans-Georg Gadamer: “sabe muy bien lo que es el juego y sabe que lo que hace es “sólo un juego”, pero no sabe qué “sabe” exactamente al saber eso”.…

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