Dream Girls1La serie Dream Girls empezó como un proyecto para el libro sobre lesbianas y fotografía Stolen Glances: Lesbians Take Photographs, editado por Tessa Boffin y Jean Fraser (Londres: Pandora, 1992). Este texto es una adaptación abreviada del que se publicó originalmente en ese libro.
El impulso de una fotomonteur (menteur) lesbiana de pegar (no suturar, por favor) su autoimagen construida de chica butch en fotogramas narrativos heterosexuales convencionales de viejas películas de Hollywood no requiere explicaciones elaboradas. Durante mucho tiempo, me resistí a hacer comentarios ingeniosos tan evidentes porque mi formación en fotografía artística me había enseñado a producir únicamente obras indirectas, con muchas capas, elípticas y metafóricas. Por otra parte, me cohibían las diversas (y enfrentadas) tendencias de las teóricas feministas de cine y fotografía con cuyas exigencias de rigor analítico sobre la cuestión del género y el poder yo estaba de acuerdo, pese a no encontrar en sus textos (ni en sus obras) gran cosa que evocara mi experiencia como lesbiana.
Aun sometida al tutelaje de estrictas maestras como Mary Ann Doane y Jacqueline Rose, envidiaba el desvergonzado encanto de las colaboradoras de revistillas porno lésbicas como On Our Backs, Bad Attitude y Outrageous Women, que lucían sus arneses y contoneaban con entusiasmo el trasero adornado con encaje, burlándose de las santurronas mafias feministas. Así pues, los montajes se concibieron y elaboraron siguiendo el espíritu de estas últimas: construir “escenas” y materializar estas viejas fantasías para mi propio placer.
Aunque en estos fotogramas alterados me represento de adulta, se trata de fantasías de mi infancia y adolescencia. Yo crecí a las afueras de Washington D. C., en una urbanización de profesionales blancos, en las décadas de 1950 y 1960, en el seno de una familia devotamente cristiana que se parecía mucho al ideal conservador y republicano de posguerra de aquella época. Como los valores de mi entorno eran socialmente privilegiados (incluso por aprobación divina, al parecer) y tuve poco contacto con personas de orígenes y creencias distintos, no vi con perspectiva su severidad, intolerancia y reduccionismo hasta que no me marché de casa a los dieciocho años. Aún viví otra década de pasiones insatisfechas por las mujeres, seguida de un breve matrimonio heterosexual, hasta que encontré la forma de salir del armario, tanto a nivel mental como social. Pero al volver la vista atrás sobre esos años de infancia y adolescencia, reconozco multitud de señales que coinciden con las de muchas de mis amigas lesbianas: mis intensos vínculos con ciertas amigas, un pugnaz desdén por las cosas “femeninas”, la adopción de una identidad marimacho (llamada “Jack”) y la idealización de mujeres maduras que fueran inteligentes, autónomas y enérgicas.…
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