De la persona al ícono. Mitologías de Juan Rodrigo Llaguno
Decía Roland Barthes que todos los grandes retratistas son grandes mitólogos. Vista en el contexto de La cámara lúcida, la frase amerita una interpretación más plural que la que voy a ofrecer aquí. Pero de momento lo que me interesa es resaltar una de sus implicaciones más obvias: la posibilidad de entender el retrato (sobre todo el retrato fotográfico) como un dispositivo destinado a la reconstrucción ficticia de las identidades.
Ese me parece un buen comienzo para abordar la obra de Juan Rodrigo Llaguno, puesto que cualquier análisis del trabajo de este fotógrafo debe mantener como referencia obligatoria su condición de retratista. De hecho, lo primero que viene a la mente al comenzar un comentario sobre la obra de Llaguno es la necesidad de calificarlo como uno de los retratistas más consistentes dentro de la escena de la fotografía mexicana contemporánea.
Hay un subtexto en cada foto de Juan Rodrigo Llaguno que parece decir: “esto es un retrato”. Ese enunciado no es trivial si queremos entender su lugar dentro de la fotografía contemporánea, marcada por una tendencia a plantear la relación entre representación e identidad con los matices de una investigación conceptual o de una experimentación formal que hace ambiguo el concepto de “retrato” y que puede llegar a distanciar dicho concepto de las normas que lo construyeron como “género” fotográfico. En ese contexto, en que se hace evidente que no toda representación de un sujeto es necesariamente un retrato, el signo fotográfico, tal como lo organiza Llaguno, parece forzado a una doble función: indicar —con las dificultades que esto conlleva— sobre la identidad del sujeto fotografiado, pero también indicar hacia su propia identidad como dispositivo semántico.
Tratando de ser simple voy a correr el riesgo de ser rotundo: Llaguno es un esteticista
Quiero decir que para aceptar las fotos de Juan Rodrigo Llaguno como retratos no basta con atestiguar la presencia de la persona fotografiada, sino también las evidencias de un modo convencional de codificar esa presencia. Esa convencionalidad puede ser planteada inclusive en términos de estilo, desde la recurrencia de recursos y técnicas para solucionar el problema principal que enfrenta todo retratista, que es el problema de cómo pasar del rango de la persona al rango de la figura.
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