Caminando. Reflexiones sobre la serie Brownie-Hawkeye
A los 14 años, descubrí la magia del laboratorio fotográfico. Me enamoré del ritual que suponía revelar mis propias imágenes: la luz roja, el murmullo de la radio de fondo, el olor a químicos y el intenso haz de luz de la ampliadora quemando la emulsión fotográfica. Siempre me faltó pulcritud en el proceso técnico: me salían motas de polvo y manchas no deseadas en las copias, pero la magia que me brindaba el laboratorio me producía un placer indescriptible.
Cuatro años después, me empezaron a aburrir los resultados. Mis fotografías captaban escenas urbanas aleatorias de mi barrio, pero intuía que faltaba una visión unificadora, una temática central, una “serie”. En busca de esa serie, decidí que era el momento de dejar a un lado mi vieja Canon que había heredado, fundamentalmente porque todas las imágenes que producía me parecían iguales. Buscaba transgredir la “pureza” fotográfica, y realizar un trabajo más gestual, con más énfasis en aspectos procesuales que en resultados finales.
Fue en el Rastro madrileño donde encontré una cámara de baquelita de los años 50, la Brownie Hawkeye, que adquirí por 500 pesetas. La cámara usaba carrete de medio formato y, tras el primer revelado, descubrí que producía imágenes sugerentemente oníricas, exageradamente contrastadas y con los bordes distorsionados por la primitiva lente de plástico. Además, el pase manual del rodillo de una toma a otra rayaba el negativo. Quedé entusiasmado por estos “errores”, que subrayaban la materialidad misma del medio fotográfico sobre la noción de una ventana transparente al mundo. Estos resultados me liberaban de la pulcritud técnica de la copia fotográfica que, en el fondo, no me interesaba especialmente. Paseando por la Gran Vía, un día decidí sentarme en la acera para tomar fotografías de los pies de peatones. El visor superior de la Brownie Hawkeye me invitaba a colocar la cámara en el suelo y observar el flujo de transeúntes desde mi mirada cenital. Disparaba intuitivamente, sin poder controlar con precisión las capturas. Al revelarlas ese mismo día, quedé prendido: sabía que había dado con algo interesante.
Daniel Canogar: lo más importante para mí fue el ritual casi diario de bajar al centro, y relacionarme con mi ciudad
Así empezó la serie Brownie Hawkeye, y sus paseos por la Calle Alcalá, la Puerta del Sol, Preciados, el Rastro madrileño, lugares de mucho transitar que aún conservaban un aire de posguerra, detenidos en el tiempo.…
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