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Damián Ortega. Esculpir al sol

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Damián Ortega. Planing, 2018 (detalle). Foto: White Cube (Ollie Hammick). Cortesía del artista

Para quien mira con ojos nuevos, los objetos de todos los días revelan la singularidad de su materia y las correspondencias a un tiempo improbables pero posibles entre los elementos del mundo. Más que un orden arbitrario o un código preciso, se trata de una especie de partitura invisible que revela equilibrios insólitos, asociaciones temerarias y equivalencias insospechadas apuntalando sentidos ocultos en relación a la mirada que los recrea. Entre ellas, pocas me provocan un extrañamiento tan familiar como las cosmogonías futurrústicas de Damián Ortega, maestro deshuesador que mira de manera distinta hasta un atado de tortillas (o sobre todo, un atado de tortillas), subvirtiendo los significados implícitos de las cosas como quien desmonta las reglas físicas del universo en el patio de su casa.

Irreductible a cabalidad, escojo verlo como un escultor de conceptos —al que le calza perfecto el verso de Arnaldo Antunes “tire a mão da consciencia e meta mão na consistencia” (saque la mano de la conciencia y meta la mano en la consistencia)— a sabiendas de que se trata también de un coreográfo de objetos, de un caricaturista prófugo de la izquierda enajenada, de un editor de esculturas públicas íntimas —me refiero al espléndido catálogo de Alias, un esfuerzo único por su origen y alcances que pone en el centro de la cuestión a la traducción como un vértice de diseminación mestiza—, del deconstructor impar de la sístole y la diástole del Distrito Federal también conocido como vocho y de un extraordinario escenógrafo de heterotopías portátiles dignas de coronar las páginas de la Historia de la tecnología y la invención en México de Ramón Sánchez Flores.

La obra de Damián Ortega señala que ningún objeto existe en el vacío, sino que forma parte de las variadas interacciones de la cultura, en una extraña coreografía de símbolos

Ortega es autor de una geometría excéntrica y elegante pergeñada con humor y una buena dosis de ironía, pero no aquella cobarde que se desdice al pronunciarse (propia de los malos literatos y toda suerte de priístas) sino la enmarcada por una sonrisa de medio lado que denota discernimiento y perspectiva.

En la mirada de Damián resulta evidente que un ojo es un microscopio y el otro un telescopio, relativizando las distancias a la manera en que las vio William Blake:

To see a World in a Grain of Sand

And a Heaven in a Wild Flower

Hold Infinity in the palm of your hand

And Eternity in an hour

Cercano al Francis Ponge que exige mirar a los objetos en sus propios términos —los poetas son los embajadores del mundo mudo— su obra señala que ningún objeto existe en el vacío, sino que forma parte de las variadas interacciones de la cultura, en una extraña coreografía de símbolos: de alguna manera imprecisa las cosas que nos rodean instauran vínculos y asociaciones no solo entre ellas, sino que orbitan también como satélites el campo magnético que las orquesta.…

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