Crash
I
Vaughan murió ayer en un último choque. Mientras fuimos amigos había ensayado su propia muerte en numerosos choques, pero éste fue el único accidente verdadero. Lanzado oblicuamente contra la limusina de la actriz, el automóvil saltó sobre la baranda del paso elevado del aeropuerto de Londres y atravesó el techo de un autobús repleto de pasajeros. Los cadáveres triturados de los turistas, como una hemorragia del sol, aún yacían cruzados sobre los asientos de vinilo cuando una hora más tarde me abrí paso entre los técnicos de la policía. Aferrada al brazo de su chófer, la actriz Elizabeth Taylor, con quien Vaughan había soñado morir durante tantos meses, permanecía aparte bajo las luces intermitentes de las ambulancias. Cuando me arrodillé junto al cuerpo de Vaughan, la actriz se llevó al cuello una mano enguantada.
(…)
II
El automóvil rozó el terraplén central y el neumático delantero reventó, saliéndose de la rueda. Fuera de control, el coche atravesó el terraplén y trepó por la rampa de salida. Se acercaban tres automóviles, vehículos producidos en serie cuyos accesorios externos, modelo y color recuerdo aún con la dolorosa exactitud de una pesadilla inacabable. Eludí a los dos primeros apretando los frenos y pasando a duras penas entre ambos. Al tercero, donde viajaban una joven médica y su marido, lo choqué de frente. El hombre, un ingeniero químico empleado en una compañía norteamericana de productos alimenticios, saltó a través del parabrisas como disparado por un cañón de circo y murió instantáneamente sobre el capó de mi automóvil. La sangre atravesó el parabrisas roto y me cubrió la cara y el pecho.
(…)
VII
(…)
En el depósito de Northolt le mostré mi autorización a la policía, custodio de este museo de chatarra. Titubeé un instante, como un marido que retira a su mujer del depósito en un sueño extraño y perverso. Unos veinte vehículos destruidos yacían al sol contra los fondos de un cine abandonado. En el extremo de ese patio de asfalto había un camión con la cabina achatada, como si el espacio se hubiese contraído de pronto alrededor del cuerpo del chófer.
Perturbado por estas deformaciones, pasé de un automóvil a otro. El primer vehículo, un taxi azul, había sido embestido a la altura del faro izquierdo; un costado estaba intacto, el otro tenía la rueda delantera incrustada en el asiento del acompañante.
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