Harlemville
Visité Harlemville, una pequeña comunidad Rudolf Steiner, en mayo de 2000. Sentí una tranquila seguridad en aquel lugar desde el primer momento en el que llegué. Era algo menos tangible que el paisaje o la arquitectura, la gente o su forma de ser. Tenía más que ver con ese sentimiento de lugar que ocurre cuando se junta un grupo de personas que han encontrado una identidad y un propósito en la vida a través de sus creencias.
Existe un ritmo discreto en aquel lugar. Cada movimiento y diálogo es suave y considerado. Es en los niños en quienes esto es más evidente. El ritmo lento de la vida me hizo sentarme y mirar. Miraba como jugaban los niños, cosa que hacían continuamente, de forma absorta y desinhibida. Y mientras que estaba sentada, se iban acercando a mí, con un objeto que habían encontrado, preguntándose qué era y como llegó a ser. Están a gusto con sus propios cuerpos, que parecen poseer y conocer de algún modo.
El sistema educativo de Steiner, la escuela Waldorf, fomenta la libertad de expresión, dejando que los alumnos estudien a su propio ritmo, con énfasis en el aprendizaje como experiencia multisensorial. Los niños sienten un gran respeto por la naturaleza, y se puede ver cómo se abren paso por el bosque con el cuidado de los jainistas intentando no dañar ningún follaje en su camino.
Durante los últimos 12 años sigo volviendo a Harlemville. Los niños han crecido, y ellos y sus familias se han convertido en mis amigos. Espero poder ser siempre testigo de sus afortunadas existencias.
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