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Chema Madoz

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Chema Madoz. Sin título, 2001. Cortesía del artista

Divertimentos retóricos, ocurrencias fotográficas

Chema Madoz, distante tanto de la óptica de indiferencia del ready made cuando de la poética del reconocimiento azaroso del objet trouvé, ha querido puntualizar la ocurrencia, subrayar una ironía que, en cierta medida, forma parte de las cosas. Hay en su obra una suerte de poesía sonriente en la que los objetos entran en relaciones que no son tanto absurdas cuanto una singular codificación, que podría entenderse nombrando los tropos retóricos de la metáfora o la metonimia. En algunas ocasiones establece una particular reiteración funcional, como cuando añade a la parte superior de la llave el hueco de la cerradura o cuando convierte un bastón en pasamanos de una escalera, en otros casos compone un simbolismo de una enorme densidad como en ese reloj que está incrustado en un ataúd (el tiempo que todo lo corroe, la certeza de que cada instante nos acerca más al final), juega con una finura increíble con los parecidos, por ejemplo las vetas de la madera transformadas en la llama de una cerilla o bien deriva hacia la heterogeneidad de lo imaginario en clave surrealista (unas lamparitas votivas como teclas de una máquina de escribir). Lo cierto es que Madoz ha sabido sedimentar fotográficamente sus visiones metamórficas, sus singulares juegos objetuales, dotando, con su uso sistemático del blanco y negro, a la imagen final de una tonalidad “enigmática”. Algunos de los desplazamientos formales de este creador son mínimos, pero de una efectividad extraordinaria (meter una copa dentro de un vaso boca abajo o colocar una escalera de madera sobre una de cemento), composiciones de una fragilidad increíble (las gotas que parecen chinchetas sobre una superficie de encuentros angulosos) o contrastes de lo radicalmente diferente (el díptico del suelo seco resquebrajado y la superficie ondulante del agua). Lo cotidiano inspira las asociaciones más curiosas, ese mundo que encadena al comentarista a una descripción admirada de lo visto: la actualidad sentimental de algunos objetos, advertía Louis Aragon en 1930, disfraza lo cotidiano hasta la sobrecarga de la liturgia. Este fotógrafo tiende a mostrar cambios sutiles en las cosas, añadidos o sustracciones, desplazamientos o metamorfosis que añaden una singular extrañeza: la percha con la gota del nivel, la columna vertebral compuesta con picos metálicos o el centro de mesa de cristal, colocado en una lámina de agua, transformado en una flor. Lo significativo es que Madoz, a pesar de la potencia plástica de sus “construcciones” (en las que es fundamental lo especular), que algunos comentaristas han emparentado con el imaginario humorístico de Joan Brossa, ha sabido resistir a la tentación de exponer el objeto físico, subrayando la dimensión finalmente fotográfica de la obra.

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