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Álvaro Deprit

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Álvaro Deprit. Colonial Garden, 2013. Courtesy of the artist.

El jardín como espacio político: el jardín colonial

«Las maravillas del Nuevo Mundo eran tantas y sus prodigios tan increíbles que, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, colonizaron la imaginación de los europeos y nutrieron los gabinetes de curiosidades. En sus abigarrados anaqueles encontraron acomodo las más variopintas criaturas del reino vegetal y animal y los objetos más dispares traídos de Las Indias, un territorio cubierto por la bruma del misterio, donde todo era posible y la fantasía no conocía límites. Todo cabía en esas eclécticas colecciones, que serían el germen de los futuros museos de ciencias naturales y arqueología: herbarios de flores tropicales, fósiles de bestias desconocidas, momias incas, cabezas humanas jibarizadas, vestigios de El Dorado, el esqueleto de una sirena capturada en el río Orinoco, el arco de una amazona y un sinfín de rarezas, que parecían sacadas de las fábulas y las leyendas, y que traían a la mente el recuerdo del Paraíso Terrenal y la Edad de Oro.

Si bien extender las fronteras del imperio allende del océano supuso a larga ensanchar los horizontes mentales de los europeos, durante varios siglos en sus cabezas convivieron sin conflicto el pensamiento mágico y científico. La realidad americana resultaba tan pasmosa e impactante, que lo imposible a menudo se disfrazaba de veraz: incontables razas de salvajes con apariencia de personas, monumentales ruinas de civilizaciones desaparecidas, plantas y animales nunca antes vistos y tantos otros portentos que escapaban a su comprensión, se salían de sus coordenadas intelectuales y no tenían cabida en las palabras. Las imágenes suplieron esa falta de vocablos en el diccionario para explicar lo que tenían delante de los ojos. El Nuevo Mundo, a medio camino entre la Arcadia y la Utopía, puso a prueba la confianza de los naturalistas en sus sentidos. Los exploradores de las Indias debieron con frecuencia renegar de sus ojos y oídos para seguir creyendo en las ideas heredadas y los prejuicios establecidos. Y se inmunizaron al estupor adquiriendo el hábito de los insólito.

A la luz de estas consideraciones, las láminas de las que venimos hablando aparecen como teselas que no encajan en el mosaico del conocimiento, como piezas sueltas del puzle de la realidad y páginas expurgadas de la Historia Natural. Esas imágenes marginales de la flora del continente americano aúnan fascinación y curiosidad científica por los arcanos del reino vegetal. Son reliquias de una gloriosa era de descubrimientos botánicos, en la que la ciencia imitaba al arte y este a la naturaleza.»

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