Manzana, rojo, puerta: Magritte, Broodthaers y el arte contemporáneo
“Un cierto surrealismo pretende domesticar lo desconocido”. Así lo aseguraba Magritte en su manifiesto número 1: El surrealismo a pleno sol, publicado en octubre de 1946. Abriendo una línea más allá del “automatismo psíquico puro” de Breton, Magritte pretendía recuperar ese mundo flotante de lo onírico, lo reprimido y, por qué no, también la diversión. El Museo de Magritte de Bruselas, dentro de los actos conmemorativos por el 50 aniversario de la muerte del artista, ha inaugurado Magritte, Broodthaers & el arte contemporáneo una exposición en la que se analiza no sólo su universo particular, sino además la influencia en ciertas prácticas posteriores como el pop o el arte conceptual y sobre todo en una figura: Marcel Broodthaers. Uno de los encuentros entre los dos artistas belgas se dio en 1965, cuando Magritte le regaló a Broodthaers un libro de Mallarmé, a quien consideraba el padre de la literatura moderna; un equivalente a Courbet en pintura. Un pintor y un poeta que, partiendo de una herencia polarizada entre el romanticismo y el realismo, supieron ver más allá y establecer los principios del arte contemporáneo: la reflexión sobre la ontología y el estatus del arte. Y ese precisamente es uno de los ejes de la exposición en el Museo de Magritte, dentro de la red de Museos de Bellas Artes de Bélgica.
La exposición comienza con un vídeo en el que Magritte se encuentra con Broodthaers. Muy cerca vemos el famoso Fémur de un hombre belga (1965), de este último, en el que a través del humor y la recuperación del objeto defendía lo que él llamaba “la belgitud”. El hueso no puede ser más elocuente: se trata de una pieza humana pintada con los colores de la bandera de Bélgica (rojo, amarillo y negro). Muy cerca está La página blanca (1968), de Magritte, un paisaje en el que hay algunas hojas – sin árbol- flotando sobre la visión nocturna de una ciudad. Sorprendentemente la luna se superpone al follaje, empleando uno de los recursos surrealistas por excelencia: la yuxtaposición, esto es, poner objetos uno detrás de otro- o uno encima de otro- para que el espectador haga el resto. Algo que también defendería Broodthaers, siguiendo la estela de Mallarmé sobre el lenguaje: “hacer de lo ordinario lo extraordinario”. Hay más referencias literarias en la exposición. Vemos la impronta de Carroll y su Alicia en el País de las Maravillas en muchas de las imágenes oníricas de Magritte (puertas, ventanas y animales humanizados), así como el “myse en abime” de algunos relatos de Edgar Allan Poe en muchas de las composiciones del belga. Pero la relación con la literatura no viene sólo en lo iconográfico, a través de las metamorfosis, la hipertrofia de imágenes o la asociación libre, sino que también sirve para reflexionar sobre el lenguaje en sí mismo, desde su valor tipográfico hasta su potencial estético. En este sentido, una de las obras más impactantes de la muestra es Parle. Ecrit. Copie (1972), de Broodthaers, una instalación en la que hay tres máquinas de escribir con los siguientes rótulos: “habla”, “escrito”, “copia”. Un ready made que condensa la producción contemporánea, el legado de las vanguardias y la actitud del artista del s. XX.
El lenguaje va de la mano de la imagen tanto en Broodthaers como en Magritte
En ambos artistas existe esa reflexión en torno a la representación, la idea, el lenguaje y la materia. Desde el famoso Ceci n’est pas un pipe de Magritte (1928) hasta las instalaciones con mejillones de Broodthaers, también presentes en la exposición. En ellas el artista juega con la palabra “moule” (mejillón en francés, pero también molde, matriz, esto es, la forma que posibilita la idea). Además, el término está asociado popularmente a la cultura belga, algo a lo que también alude irónicamente Broodthaers. La reflexión sobre la ontología de la representación y su capacidad para contener una idea concreta aparece también en Reproducción prohibida (Retrato de Edward James), de Magritte (1937), un retrato en el que el espejo no nos devuelve el rostro de Edward James, sino que duplica nuestro punto de vista: esto es, sólo la espalda del retratado. El lenguaje va de la mano de la imagen tanto en Broodthaers como en Magritte. Y lo mismo sucede en collages como el de Barbara Kruger –también incluido en la exposición- en el que una imagen muy de Buñuel y El perro andaluz de una mujer con un ojo atrofiado reza: “we are not what we seem”. Se explica así la influencia del surrealismo belga en movimientos posteriores como el pop y el arte conceptual, a través del collage, la inclusión del lenguaje gráfico y los lemas publicitarios.
Pero la cosa no va sólo de objetos disparatados, situaciones absurdas y cadáveres exquisitos. Hay tanto en Broodthaers como en Magritte una reflexión profunda sobre la muerte y la existencia, un círculo que se completa, precisamente, a través de la poesía de Mallarmé y también de la pintura metafísica de los años treinta. En la última sala de la exposición vemos obras que tratan precisamente este tema a través de los contrastes entre luz y sombra, noche y día, vida y muerte. La instalación La tumba de Magritte, de Alberto Szukalski, recrea esta sensación con una simulación de la tumba del artista, en la que hay apoyada una botella de leche, en alusión al universo surrealista. Curiosamente esta última sala presenta una enorme vigencia si la observamos desde la actualidad. En estos momentos en los que parece que la guerra no ha terminado y la incertidumbre nos acompaña diariamente, tiene todo el sentido volver al arte de Entreguerras y a esa esa inquietud flotante que parece anunciar algo más. En palabras de Magritte: “No es necesario temer la luz del sol bajo pretexto de que casi siempre ha servido para iluminar un mundo miserable”.
(Magritte, Broodthaers & el arte contemporáneo en el Museo de Magritte, Bruselas. Desde el 13 de octubre hasta el 18 de febrero de 2018)