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Los Encuentros de Pamplona: en busca de los signos de los tiempos

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Encuentros de Pamplona 72 - 22

Encuentros de Pamplona 72 - 22

Recuerdo una tarde, hace aproximadamente un año y medio, que me preguntaron por el momento de la historia al que me gustaría viajar. Se referían a qué evento concreto: una celebración, un festejo, un momento histórico, una batalla… Dado que por aquel tiempo estaba enfrascado en el estudio de la poesía y música experimentales, en la ardua tarea de seguir “la sombra alargada del arte experimental”, respondí con convicción: “a Los Encuentros de Pamplona del 72”.

Seguramente haya idealizado con el tiempo lo que sucedió en aquellas dos semanas en la ciudad navarra, como lo han hecho tantos otros. Sin embargo, es indudable que allí, entonces, en 1972, ocurrió algo sumamente especial y necesario: el encuentro de un cúmulo de voces, miradas y haceres que resultaron radicalmente desconocidos e insólitos para muchos de los artistas de la escena española de entonces. Quizás, el haber tenido la oportunidad de viajar a Pamplona y ser partícipe de esta edición de Los Encuentros de Pamplona 72 – 22 es lo más cercano que vaya a estar de rebobinar el tiempo, de saltar el contiuum de la historia —que decía Benjamin— para hacerme así levemente a la idea de lo que pudo suponer aquel espaciotiempo de interferencias acontecido en 1972 en Pamplona. Aunque claro, dada la era actual en la que vivimos, globalizada e hiperconectada, ninguna reconstrucción, homenaje o revival puede asumir y movilizar en su totalidad el espíritu de aquellos encuentros de antaño, en los que el asombramiento de muchos —artistas y ciudadanos—, como el del filósofo que se encuentra con el mundo a cada paso, en cada esquina, fue radical, maravilloso: un quiebre, una brecha, un punto de partida, de inflexión, un estallido. En definitiva, estos encuentros, o reencuentros, necesariamente han tenido que adaptarse, convivir y comprometerse con otras problemáticas, enfrentarse a otro contexto y otras prácticas, y tratar de dilucidar los signos de los tiempos, de nuestros tiempos.

En los Encuentros de Pamplona ocurrió algo sumamente especial y necesario

Encuentros de Pamplona de 1972
Encuentros de Pamplona de 1972

Estos Encuentros de Pamplona 72 – 22 , promovidos por el Gobierno de Navarra y organizados por la Fundación Baluarte, el Ayuntamiento de Pamplona y la Universidad Pública de Navarra, han sido muchas cosas, muchas personas, muchas palabras y obras también. Pero, sobre todo, han sido verdaderamente emocionantes, tanto para quienes han participado en calidad de artistas (muchos de los cuales, como Isidoro Valcárcel Medina o Esther Ferrer, participaron en los Encuentros de 1972), o de ponentes, u organizadores, como también para los que hemos asistido como meros espectadores a las actuaciones o como oyentes a las conferencias. Esta emoción se ha vivido de forma colectiva, dado que la ciudad de Pamplona se ha volcado con todos y cada uno de los eventos, se ha decidido a encontrarse y a dialogar, y a preguntar, y a discrepar, y a contemplar, y a pasear.

Se puede destacar una reiterada oposición y crítica a la academia

Resulta insólito y  da un verdadero gusto ver pabellones llenos de gente, como ha sucedido en las ponencias ubicadas en el auditorio del Baluarte o como igualmente ha pasado en el espacio de la librería Katakrak o el Teatro Gayarre, que se abarrotaba de personas que querían escuchar a los invitados, hablando sobre filosofía, arte contemporánea o dilemas social actual. Por incidir en algunas líneas de interés o ejes fuerza que se han repetido en estos encuentros, se puede destacar una reiterada oposición y crítica a la academia –vertida en cambio en muchas veces por figuras cercanas a la misma–, esto es, un recelo a los discursos institucionalizados tanto de la Universidad como del Museo (ambos con mayúscula), en tanto que lugares hegemónicos de control del relato. Por otra parte, como acontecía en el encuentro entre Mireia Sallarès, Maria Ptqk y Mercedes Peón, moderado por Berta Ares Yáñez (Notas en los márgenes. En torno al cuerpo), se ha puesto en movimiento un pensamiento situado, así como un hacer situado, que atendía en cada caso a situaciones específicas y proyectos concretos para aterrizar conceptos y nociones a veces alejados de la sociedad y de la gente. Hemos podido escuchar también a figuras más jóvenes, como los pensadores Ernesto Castro o Eudald Espluga, aunque es cierto que se echaba en faltaba una mayor presencia de voces jóvenes, de pensadores o artistas emergentes que dieran cuenta de la contemporaneidad desde otro lugar, que fueran capaces de hacer más inteligibles los signos de los tiempos, de estos tiempos, los del siglo XXI.

Para conversar en torno a estos “signos de nuestro tiempo” me reuní con el filósofo Isidoro Reguera

Para conversar en torno a estos “signos de nuestro tiempo”, que conforman las formas de existencia contemporánea y que determinan nuestra forma de habitar el presente, me reunía el pasado domingo 16 de octubre, días antes de la clausura de los Encuentros, con el filósofo español Isidoro Reguera (filósofo, traductor de Wittgenstein y Sloterdijk, catedrático emérito de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Extremadura y autor de libros como La miseria de la razón o Posmodernidad, melancolía y mal), justo antes de la ponencia que iba a moderar junto al reconocido filósofo Peter Sloterdijk.

Comenzaba esta entrevista preguntándole por el título de la propia conferencia del filósofo alemán: Los signos de los tiempos. Iniciaba Isidoro su respuesta con una sentencia en cierta medida desesperanzadora: “El ser humano hoy día está atosigado”, decía refiriéndose a la situación de Rusia y Ucrania, a la actual situación pospandémica y a la enorme cantidad de eventos catastróficos diarios que nos bombardean. En este sentido, y en relación al pensamiento de Sloterdijk, Isidoro Reguera esbozaba la figura y función del filósofo como aquel que se fascina e inquieta con las señales de su tiempo, es decir, como aquel que “no es un profeta medio alucinado que cree que descubre la verdad y que es única la verdad”, ni tampoco como aquel “espectador elegante, distante del mundo, que habla de lo que no vive porque vive en su torre de marfil”. Afirmaba Isidoro Reguera agudamente: “el filósofo es un intérprete de los signos de los tiempos”.

“el filósofo es un intérprete de los signos de los tiempos”

Isidoro Reguera y Peter Sloterdijk
Isidoro Reguera y Peter Sloterdijk

Más adelante en la entrevista, Isidoro retomaba el título del poema de Rilke que da nombre a uno de los libros más importantes de Sloterdijk (Has de cambiar de vida. Sobre antropotécnica, 2012). “Has de cambiar de vida” es el poema que escribe Rilke en su visita al Louvre, cuando contempla el torso de Apolo. Habría sido, de hecho, el propio cuerpo, según se nos cuenta, quien, en una suerte de imperativo estético no coercitivo, le habría indicado esa máxima (“has de cambiar de vida”). Ante el bucle cíclico y sin fin de crisis económicas, la situación geopolítica presente de catástrofe inminente y la pandemia que ha asolado el planeta, pareciera profética aquella admonición tajante de hace más de una década, la cual vertebró además la ponencia de Sloterdijk en conversación con Reguera. Este último proponía sin miramientos que “tiene que haber una revolución de conciencia, un nuevo tipo de ser humano y un nuevo tipo de vida”, tanto en un sentido ecológico como también con respecto a las relaciones internacionales. Prestaba Isidoro Reguera de tal forma atención a un nivel tanto micro como macro en aquellas transformaciones necesarias que deben acontecer. E, igualmente, repetía una y otra vez, como un mantra, aquel dictum de Rilke: “hay que cambiar de vida”, manteniendo cierta esperanza en la posibilidad de que un fuerte cambio estructural sea capaz de revertir en el futuro la situación de urgencia climática y el turbulento clima geopolítico.

“Resulta necesario que nos ayudemos para una supervivencia común”

Con la ambición de pensar nuevas formas de estar juntos, de convivir y afrontar estos desafíos contemporáneos que nos arrecian, Isidoro actualizaba y hacía referencia a la noción del filósofo Sloterdijk de “co-inmunismo”, que conllevaría una determinación práctica, la de ayudarnos unos a otros para inmunizarnos en un sentido afectivo y activo, para cuidar así de esta patria única y común que tenemos: la naturaleza. “Resulta necesario que nos ayudemos”, decía Reguera, “para una supervivencia común”. Por otra parte, el filósofo español reivindicaba el gran potencial de la literatura y el arte en nuestros días frente a un desencanto de la filosofía, la cual pareciera no haberse renovado en el último siglo —según me comentaba en la entrevista Isidoro—, empleando una y otra vez los mismos términos y conceptos, dejándolos vacíos, huecos o sedimentados por un infinito muladar semántico que los convertiría inevitablemente en entes inaprehensibles, ininteligibles. Esto es, sin capacidad alguna de comprometerse con el mundo y atajar sus problemas. Por el contrario, Isidoro Reguera entiende el arte y su capacidad de contar historias “como la dimensión de libertad del ser humano y de revolución”. Así pues, proclamaba: “El arte tiene un reino de libertad revolucionario que la filosofía no ha tenido todavía. El arte es una forma de buscar lo imposible, lo indecible, aquello a lo que conceptualmente no se llega”.

Peter Sloterdijk
Peter Sloterdijk

Durante Los Encuentros de Pamplona se ha hecho de este disenso una estrategia afectiva para pensar en común el mundo

Cuando le preguntaba por la importancia de la cultura visual en la actualidad, Reguera tenía su respuesta igualmente muy articulada: “Si la filosofía se dedica a analizar los signos de los tiempos, y si los signos de los tiempos actuales son imágenes, las imágenes deben ser esenciales para la filosofía”. Y, de nuevo, reiteraba en esta ocasión que el filósofo no puede encerrarse en una torre de marfil sino lanzarse al mundo para dilucidar los signos de los tiempos, que nos esperan siempre extramuros.

A este respecto, Isidoro nos adelantaba el título del próximo libro de Peter Sloterdijk: Aquel que no ha pensado un gris, no es filósofo, que reescribe la sentencia de Matisse, según la cual “aquel que no haya pintado el gris, no puede ser pintor”. Este ir y venir entre el arte y la filosofía, este constante trasvase de disciplinas creativas (pues así lo son, por supuesto, el arte y la filosofía) en el pensamiento de Sloterdijk, evidencia, según exponía Isidoro, la imbricación necesaria e inevitable que vehicula todo pensamiento, que no puede prescindir de la cultura, la práctica creativa y la cultura visual, que no puede rehuir del mundo del arte y de las imágenes y recluirse en la abstracción teórica más vaporosa. “El pensamiento se acerca a la vida través de las imágenes y del arte, y de la literatura”, explicaba. Y añadía: “Entonces, las imágenes son absolutamente esenciales para que la filosofía académica se libere de esa caspa académica horrorosa”. De nuevo, reflexionando sobre el estatus actual de la academia y sus patologías, Isidoro diagnosticaba muy acertadamente lo siguiente: “¿Qué sucede en la filosofía académica? Que el único consenso que hay es que tiene que haber disenso”.

Durante Los Encuentros de Pamplona 72 – 22, recién terminados, se ha hecho de este disenso una estrategia afectiva para pensar en común el mundo, sus signos y sus huellas, sus restos y sus rastros, su contemporaneidad y su pasado, su memoria y su advenir. Ahora que finalizan estos palpitantes encuentros, solo nos queda desearles un futuro próspero; solo nos queda desear ese reencuentro futuro, de nuevo en Pamplona. Esperamos ese encuentro con interés, con emoción, con entusiasmo, para dialogar, sorprendernos y pensar, conjuntamente, los signos de nuestros tiempos.